miércoles, 28 de septiembre de 2022

EL LIBRO DE LA SABIDURIA

                                                        (CUENTO)


Llegó el momento en que el Maestro consideró que el pupilo estaba listo para la ultima prueba y lo llamó ante su presencia.

 

--- Eres mi más querido alumno, hemos estado juntos muchos años y creo que ya estás listo.

--- ¿Listo para qué Maestro?

--- Para recibir el Libro de la Sabiduría. --- dijo mientras sacaba uno bajo su bata.

--- Maestro, usted jamás me habló de él.

--- Sólo hasta éste momento de la preparación se tiene el privilegio, antes es un secreto. Cada Maestro por el que éste libro ha pasado escribió un mensaje antes de legarlo.

--- Maestro, muchas gracias por considerarme digno.

--- Pero primero debes tomar una difícil decisión. Así como cada Maestro debe escribir algo cuando pase por sus manos, antes de recibirlo debe decidir qué página quitarle.

--- No entiendo.

--- Antes de entregártelo hay una página que debo arrancar y tú decides cuál.

--- ¿Quiere decir que siempre hay una página que llega y otra que sale?

--- Y son tuyas ambas responsabilidades.

--- Pero todo lo que se halle escrito debe ser muy importante, quiero poder leer a todos los Maestros.

--- Pero hay alguno al que debes sacrificarle.

--- ¿La página del Maestro que decida se perderá por siempre?

--- Y ya nadie podrá conocerle.

--- Qué difícil decisión Maestro. Permítame pensarlo entonces. --- cerró sus ojos para meditar la decisión, permaneció así por un minuto y los abrió --- Ya sé qué página debo sacrificar.

--- Dime cual.

--- La mía, la que yo debo escribir, arranque la mía.

 

El Maestro esbozó una sonrisa, arrancó una página y entregó el libro. El alumno le abrió enseguida y encontró que ninguna pagina estaba escrita.

 


martes, 20 de septiembre de 2022

EL CAZADOR Y LA BESTIA

                                                                 (CUENTO)


En aquel onírico mundo, el cazador ha perseguido a la bestia por años, casi tantos como los que llevan las penas acompañando al humano. Ha visto todo el daño del que es capaz, ha sido testigo impotente de las vidas que la bestia destroza y deja atrás. Sólo él la conoce tanto, aunque su odio por la misma lo comparten tantos. Sabe el modo exacto en que sus víctimas padecen, el rito cruel que la bestia repite sin descanso: Las hace vulnerables justo antes del inmenso daño, les despoja de todo aliento, les roba el más audible de los gritos y el más silencioso de los respiros, les extrae la vida en segundos que la agonía convierte en años. No les da la muerte justa que sería aquella rápida y definitiva; les da la muerte lenta, esa que se anuncia en llantos irreparables, que se hace viva y daña, que engaña y se hace muerta, que se aferra a la sangre entre las venas y como el más siniestro de los vampiros les desangra desde adentro. Así es la bestia y no termina, se aleja luego dejando llagas que duelen si se curan, dejando una vida que se muere si resucita.
 
El cazador nunca le ha tenido a su merced, tampoco ha estado ante la siniestra presencia que se asemeja a las ausencias. Tan sólo ha visto de ella esa huella pérfida, esa huella desastrosa que jamas borra la arena. Siempre llega el cazador cuando no vale la pena, su misión es atrapar la bestia, no reconfortar a quienes son su presa.
 
Ésta vez la siente cerca, se apresura en alcanzarla, incluso puede olerla. Llega entonces sólo para ver de nuevo la triste escena, una vez más de las tantas miles. Un alma derrotada yace herida y patética agoniza. El cazador llora su derrota, la bestia sigue libre y él se mantiene aún en sombras. Se sienta para aclarar su mente en tanto maldice su suerte, susurra por lo bajo el juramento que se hizo desde antaño, “Maldita bestia a la que llaman Desamor, empeñaré mi eternidad porque un buen día tu noche perpetua ya no amanezca”.

jueves, 8 de septiembre de 2022

NINGUNA PROMISCUA

                                                          (CUENTO)


Ella lo presentía, a decir verdad, estaba convencida, tanto que, aseguraba no necesitar practicarse prueba alguna, no quería corroborarlo, se sabía contagiada y esa idea bastaba, prefería escucharlo de su conciencia que en voz de un especialista. De todas formas, ¿qué le dirían?, que estaba contagiada y nada podía hacerse, ni el arrepentimiento tardío o procedimiento alguno la curarían, o al menos eso es lo que temía. Podía sentir el virus actuando por dentro y el pesimismo le hizo pensar que su deceso era ya un hecho.

 

Se preguntaba por qué un acto descomplicado se convertía en aquello. Quizá no fue sensato, pero en realidad no lo hizo con tantos, sólo fueron tres, y comparado con el promedio de la época era un número escaso. Además, confiaba en cada uno ellos, no eran desconocidos como para ofenderlos pidiéndoles protección alguna. Pero tal vez sí fue un error, si alguno la había contagiado a su vez se lo hizo a otros dos extraños, una cadena de enfermedad que condena, una cadena de la cual, con un poco de precaución, pudo ser el eslabón en que muriera.

 

Pero era demasiado tarde para cualquier pensamiento casuístico, cometió un error y ahora debía pagarlo. Por más que escuchara lo contrario, se castigaba pensando que su tiempo estaba contado. Y llegó el momento, pasó de ser más que una sospecha o un fuerte presentimiento, el ingeniero de sistemas la revisó sentenciando: “Esta computadora tiene un virus, el disquet que le metieron estaba infectado”.