martes, 23 de noviembre de 2021

EL FONDO

                                                             (CUENTO)


El inquieto alumno se encontraba jugando en un inmenso pastizal tras el monasterio. Hasta allí se acercó el maestro para decirle.
 
--- Ten cuidado, el pasto está muy alto y puedes caer en un hueco.
--- Descuide Maestro, yo soy muy cuidadoso y además...
 
Las palabras del pupilo se vieron interrumpidas al sentir un vacío bajo sus pies. El Maestro acudió de inmediato a socorrerle, pero el hábil joven había alcanzado a asirse de la orilla.
 
--- Déjame ayudarte --- dijo el maestro mientras le tendía una mano.
--- Tranquilo Maestro, si fui capaz de reaccionar y sujetarme por supuesto que puedo salir sin necesidad de...
 
Una vez más la voz del joven fue interrumpida por la caída. El Maestro dirigió la mirada al interior del hueco, allí, a menos de un metro y sujeto a una rama pendía el alumno.
 
--- Eres muy afortunado, el destino te prestó ayuda.
--- No más de la que necesito para salir por mis propios medios, ya que...
 
Nuevamente debió callarse tras ver romper la rama y precipitarse a tierra. Se encontraba en el fondo de aquel pequeño abismo sacudiéndose el sucio traje mientras escuchaba la voz del anciano que decía.
 
--- Oh mi pobre alumno, eres como otros tantos que para poder salir, es necesario que primero toquen fondo.

jueves, 18 de noviembre de 2021

EL DUELO DEL AULA

                                                                      (CUENTO)


Él era indiscutiblemente el joven más travieso que hubiesen tenido en aquel plantel. Cada nuevo profesor se asustaba al verlo pues su fama le precedía, se rumoraba incluso que propició un ataque nervioso en un maestro. Era, en definitiva, la alegoría viva de lo que no muy pedagógicamente se conoce como “una caspa”.
 
Dignas de mención eran entre los alumnos sus ya míticas bromas, siendo ésta a continuación una de las más destacadas. En alguna ocasión fabricó un muñeco a partir de su propio tamaño, le vistió con su uniforme escolar y le llevo a una azotea, área restringida del colegio. Desde allí comenzó a gritar que se suicidaría, acto seguido tras desaparecer de la vista de la expectante multitud, arrojó al muñeco. El fuerte grito que arrancó a los presentes pareció irrisorio comparado con las descomunales carcajadas que se escuchaban desde lo alto.
 
Pero un buen día se presentó en el colegio un maestro nuevo, quien a la postre se convirtió en su némesis. El maestro tenía un tono autoritario que equilibraba con la sapiencia que emanaba. Todo el cuerpo docente depositó en él sus últimas esperanzas de controlar al muchacho que los tenía al borde del colapso.
 
La disputa emprendida entre los dos oponentes fue digna de una epopeya estudiantil, si tan solo algún alumno perspicaz se hubiese tomado la molestia de asumir el rol de escriba para dar testimonio como relator de los maravillosos duelos verbales que tuvieron lugar en aquella aula, esos que el maestro hábilmente conducía por los senderos de la mayéutica, pues la verdad sea dicha, descubrió que el inquieto joven no gustaba de recurrir a la banal ofensa, su discurso de irrespeto estaba soportado en el más depurado sarcasmo, mismo que viera irse derrotado a más de un docente sin el ingenio suficiente para batirse en duelo con las hilarantes replicas formuladas por el joven.
 
Tales discusiones solían terminar en una muy merecida división de honores, existiendo sin embargo una pequeña diferencia de victorias inclinada a favor del brillante profesor, lo cuál le mereció el respeto por parte de su no menos brillante alumno. No obstante, ocurrió que un buen día se vieron ante un reto creativo formulado por el resto de la clase, que ansiosa por verlos competir adquirió la costumbre de transarlos en la solución de diversos problemas, lo cual en muy poco tiempo hizo de aquel curso el más sobresaliente de entre su nivel y los inmediatamente superiores.
 
El difícil reto propuesto por la clase buscaba arrastrarlos a utilizar el máximo de su ingenio creativo y se basó en lo siguiente. A cada uno se le dio un trozo de cartulina negra con el que debían crear una obra de tema libre, pero sujetos a las siguientes condiciones: no mediante el origami, como tampoco el empleo de crayón u esfero alguno, e igual de restringido les quedaba hacer uso de cualquier cosa que no estuviera a la mano del punto aquel en que cada uno se vio sentado; así pues, ante la imposibilidad de emplear casi cualquier objeto que pudiese serles útil, se encontraban limitados al extremo de disponer tan sólo de alguna idea genial que les sacara del complicado atolladero.
 
Transcurrían cinco minutos de los veinte que les fueron dados y ninguno encontraba una solución satisfactoria a sus propios criterios, ambos permanecían sentados con la mirada fija en el trozo negro de cartulina y con la cabeza debatiéndose entre una legión de ideas incompletas. Su publico inmediato especulaba entre susurros sobre lo que podrían estar pensando, desde la distancia los veían sumidos en un aparente letargo que estimulaba las apuestas a favor de uno u otro.
 
El maestro conservaba una actitud corporal imperturbable, tan inamovible en su postura meditabunda que cualquiera podría haberse valido de él como modelo para una escultura. El joven en cambio, denotaba toda la ansiedad del caso, se revolvía en su asiento y se llevaba las manos a la cabeza desordenando sus cabellos mientras buscaba la idea a seguir para alzarse con la victoria, que por el tamaño de la prueba seguramente impondría una importante supremacía frente al derrotado oponente.
 
Se encontraba en éste frenético movimiento compulsivo de rascarse la cabeza cuando vio que sobre la escasa superficie negra caían unas pequeñas cosas blancas. Se sacudió con fuerza el cuero cabelludo y advirtió que desprendía pequeñas capas de resequedad capilar, y olvidando por el momento la incomodidad estética propia de su descubrimiento, sonrió complacido estando seguro de haber ganado el reto.
 
Fue así como maravilló a propios extraños presentándoles una obra titulada “Lluvia de maná sobre la nada”, consistente en un trozo de cartulina negra como símbolo de la oscuridad en que suele verse el ser humano al no encontrar respuesta a sus dilemas, para posteriormente verle llenarse de partículas blancas que para efectos de la obra simbolizaba polvo mágico, el maná descendido del cielo como bendición para quienes conservan la calma y con la mente serena encuentran en su cabeza la solución que resuelve las disyuntivas. Y tras un sonoro aplauso mezclado con un poco de asco por parte de la presencia femenina, el maestro reconoció su derrota sentenciando que la historia parece empeñarse en demostrar que los grandes genios son personas que durante sus años escolares son lo que la menos inflexible pedagogía considera en definir como “Unas caspas”.