lunes, 20 de abril de 2020

ADIOS SEÑOR DONOSO


                                                  (CUADERNO PERSONAL)



Hace pocos días falleció Carlos Donoso, el ventrílocuo venezolano que tantas sonrisas arrancó a toda Latinoamérica. No puedo mentir y decirles que tengo un montón de anécdotas vividas junto a él, a decir verdad, son muy pocas, pero el día de su deceso vino a mi mente un recuerdo muy especial que quiero compartirles al final de estas líneas.

Primero les cuento que él venía padeciendo un cáncer que fue el que terminó con su vida. Lamentablemente si situación económica al final de sus días no era la mejor, motivo por el que un par de meses antes la Gordita Fabiola nos contactó a varios humoristas para que hiciéramos una función a beneficio de Carlos y ayudarlo a pagar su tratamiento. Un importante grupo respondió al llamado y la función se realizaría a principios de abril, lamentablemente por el coronavirus el show tuvo que suspenderse, pero estábamos pendientes de realizarlo en cuanto se levantara la cuarentena, dicha función por su puesto ya jamás podrá ser. Lo primero que pensé fue en lo desafortunado que había sido que coincidiera con este aislamiento impidiéndonos ayudarlo, pero al poco tiempo reflexioné que él terminó yéndose el mismo mes en que estaba programada originalmente la presentación, es decir, aun llevándola a cabo, poco habríamos podido hacer para cambiar su destino.

La primera vez que lo vi en persona me hallaba en los inicios de mi carrera y coincidimos en la función de otro artista que ambos íbamos a ver. Ese día simplemente nos presentaron, me dio la mano, nos dimos el popular “mucho gusto” y ya. Un año después mi primera manager lo invitó para que fuera a verme en el R101, un pequeño teatro en el que tuve mi primera temporada. Ese día yo estaba muy nervioso porque quería sorprender a unos de los humoristas más reconocidos, me parecía increíble que fuera yo quien estuviera a punto de actuar para él.

Ese día el show salió muy bien. Las pocas veces que miré en dirección hacia él lo vi sonreír. Al terminar lo busqué para preguntarle cómo le había parecido, todos al empezar buscamos la aprobación de nuestros ídolos, cosa que, sin decir que esté necesariamente mal, con el tiempo comprendí que es un error. Fue amable en decirme que le había parecido chévere, pero su respuesta fue así de escueta, se despidió y allí quedó el pasaje, con mi sin sabor de sus palabras. Ahí es donde radica el error que les comentaba, pues al no recibir la reacción esperada puede ocurrir que, nos deprimamos pensando “no le gustó, por ende, no soy tan bueno”, cosa que no necesariamente es así; o podemos pensar también, “qué tipo tan creído, le costó admitir lo bueno que soy”, cosa que puede estar igual de alejada a la realidad. Sinceramente no recuerdo cuál de las dos opciones vino a mi mente, pero sé que estuve equivocado en la que haya sido.

Unos buenos años después viajé a presentarme por primera vez en Miami durante dos noches junto a otros 7 humoristas en un festival de humor hispano. Para ese momento yo ya era un poquito menos don nadie, pero seguía igual de emocionado por alternar con tan grandes nombres como los que lo hice, entre ellos por supuesto, Donoso. Pero ocurrió que las dos noches tuve que presenciar cómo tres de los comediantes, artistas muchísimo más grandes en reconocimiento y trayectoria, terminaron peleando entre ellos por quién debía ir primero que el otro, y por qué fulanito se había demorado en el escenario 5 minutos más que sutanito. Uno de los indispuestos, nuestro ventrílocuo favorito, motivo por el que este recuerdo terminó volviéndose gracioso, pero tampoco me dio mayor oportunidad de estrechar un fuerte vínculo con él.

Acabo de relatarles las que fueron mis experiencias más cercanas con él. como pueden ver, ninguna presenta un pasaje excepcional, ¿entonces por qué lloré el día que falleció? Tuve que escarbar en mi memoria para desentrañar la razón de algo que yo mismo no tenía presente.

Cuando era niño crecí viendo el Festival internacional del humor organizado por Alfonso Lizarazo, fue allí donde los de mi generación conocimos a los Midachi, Julio Sabala, Moreno Michael, Micky McPhantom, Virulo, el colectivo Maski, Lucho Navarro, entre muchos otros. Sus talentos eran muy variados y todos excepcionales, pero entre ellos destacaba un señor que no hacía absolutamente nada, simplemente se sentaba a hablar con un miquito llamado Kini. Yo no entendía por qué don Alfonso anunciaba con bombos y platillos a ese tal Donoso si el gracioso era el mico. Este carismático primate arrugaba la trompa, escupía y decía “me saca la piedra”, y todos nos moríamos de risa, pero los aplausos eran para el señor que lo sentaba en sus piernas. Incluso el mono tenía otro amigo, un muñequito amanerado llamado Lalo, al que Kini se refería como “cabeza de incendio”. Este segundo personaje también era más gracioso que el señor que simplemente se limitaba a meter la cucharada de vez en cuando en la divertida conversación de los otros dos. Solo vine a comprender cuando mi tío Fernando me explicó que era aquel señor quien les daba vida haciéndolos hablar sin mover sus labios. Quede alucinado.

El Festival del humor se convirtió en toda una institución de la televisión colombiana y en una ocasión convencí a mis primos de que jugáramos a ser esos humoristas que me tenían fascinado. Las personas que me siguen de tiempo atrás quizá conozcan la historia de un osito de peluche llamado Grillo, el cual me acompaña desde los 8 años, si no la conocen, ya dedicaré otra columna a hablarles de él. Lo cierto es que, esa noche de juego con mis primos, interpreté a Carlos Donoso y mi osito era Kini. Obviamente cuando el oso hablaba mis labios se movían más que si estuviera almorzando, pero recuerdo haber hecho carcajear a Juan Felipe, José Alejandro y Cristian Camilo. Hoy por fin logro comprender la tristeza que me dejó su partida, aquella fue la primera vez en la vida que actué para un público. Mis primos fueron las primeras sonrisas que arranqué, y ese señor con su mico, mi primer intento de ser humorista ignorando que años después dedicaría mi vida a ello. Gracias por tan bello recuerdo señor Donoso.

lunes, 13 de abril de 2020

DESCENSO SOBRE NORMANDIA


                                                       (CUENTO)



Su descenso era ininterrumpido, la inmensidad del vasto cielo a su alrededor se hallaba inundada por miles de sus compañeros, mientras unos cuantos kilómetros abajo les aguardaba el suelo de Normandía. Descendían inexorablemente sobre las bases dominadas por el ejercito nazi, tantos bastiones de poder apostados en lugares estratégicos para hacer frente a cualquier insurrección aliada. Desde la altiva y móvil ubicación ofrecida por su salto al vacío, podían dominarse por completo de una forma visual las disposiciones alemanas en cuanto a formación de tropas y desplazamiento de unidades. Se dice que desde arriba todo se ve mejor, y era cierto, allí, a kilómetros sobre su objetivo, se hacía invisible la vívida crueldad de la que se es testigo con los pies en tierra mientras se camina entre pilas de cadáveres y el aroma putrefacto de sus vidas ausentes.

Oleadas de miedo le recorrían por dentro, se sabía completamente vulnerable estando al descubierto. ¿Y qué sentido tenía correr tan inmenso riesgo? Estaba seguro de que poco o nada podrían hacer en contra de aquellos hombres tan dispuestos a la barbarie, en absolutamente nada podrían cambiar el curso de la guerra con aquella incursión descabellada. Para nadie era un secreto el inmenso poderío del ejército alemán, aquella legión simbolizada por una cruz esvástica y capaz de expandir sus dominios por toda Europa, replegándose como una colonia de langostas que lo devoraba todo a su paso. Las paginas de la historia se escriben en la piel de quien la sufre, y su sangre derramada se convierte en esa tinta imborrable capaz de perpetuar la historia de manera tal que todas las generaciones futuras deban leerla. Y si de algo habían demostrado ser capaces los nazis, era precisamente de escribir volúmenes y volúmenes sobre su régimen de terror, tomos enteros sobre cómo la generalidad del ser humano jamás podrá dominar a cabalidad el significado de la palabra “civilización”.

El terror que acometía su entereza obedecía precisamente a esa infausta realidad, la de tener que admitir, muy a su pesar, que las tropas nazis eran excelentes no sólo en el arte de la tortura sino también de la estrategia militar. De qué otra forma podía entenderse que un solo país, entre comillas, pudiera doblegar a tantas naciones en tan corto periodo de tiempo. Cómo era posible que los dedos de un movimiento absurdo, acunado en una nación específica, hubiesen sufrido metamorfosis tal, al punto de traducirse en el largo alcance de unos brazos con los que el monstruo del holocausto se hizo a un continente. En qué comprensión podía caber la idea de que un fundamento descabellado lograra conjugar millones y millones de almas en un pérfido acontecimiento titulado Segunda Guerra Mundial.

Le asustaban demasiado aquellas reflexiones que bien podrían ser llamadas a significar meras divagaciones motivadas por el peligro inminente, la locura fugaz inmediatamente predecesora a la no más cuerda realidad de un padecimiento; pero fiel a tales disertaciones, en su pensamiento se obraban las irrefrenables mitologías con que inconscientemente se investía al enemigo. ¿Podría ser cierto acaso que la raza aria estuviese destinada a la supremacía? ¿Eran los demás pueblos tan inferiores que sólo uniéndose podían hacer frente al colosal adversario? ¿Era Hitler la personificación de una maldad tan pura y consumada que parecía haberse gestando durante siglos en el silencio de un vaticinio infernal y aquella guerra no era otra cosa que el cumplimiento del destino pronunciado por un designio superior, aunque maldito?

Sin importar la angustia motivada por aquellos interrogantes de los cuales resultaba presa, lo real de su misión por más insulsa que ésta pudiera parecer, era algo irrefutable, tanto que, se encontraba allí en medio de la brisa, descendiendo sobre Normandía en compañía de otros tantos, miles que como él quizá llevaban en sus entrañas los mismos dilemas y temores, miles que como él no podían hacer algo distinto a ver correr unos cuantos soldados alemanes, mientras otros, con la sangre fría tan característica de sus costumbres, tan sólo se limitaban a levantar la mirada de una forma impávida, restando toda importancia a esas tropas descendentes de las que formaba parte, las sabían tan innocuas como ellas mismas debían admitirse, nuestro protagonista lo sabía y tal verdad le dolía, el gran sufrimiento producido ante el hecho de no poder hacer absolutamente nada para ayudar a derrotar las hordas nazis asentadas en aquellas tierras, quisiera poder hacer mucho más, quisiera no ser tan sólo esa gota de lluvia que desciende sobre Normandía.