(CUADERNO PERSONAL)
Hace pocos días falleció Carlos Donoso, el ventrílocuo
venezolano que tantas sonrisas arrancó a toda Latinoamérica. No puedo mentir y
decirles que tengo un montón de anécdotas vividas junto a él, a decir verdad,
son muy pocas, pero el día de su deceso vino a mi mente un recuerdo muy
especial que quiero compartirles al final de estas líneas.
Primero les cuento que él venía padeciendo un cáncer
que fue el que terminó con su vida. Lamentablemente si situación económica al
final de sus días no era la mejor, motivo por el que un par de meses antes la
Gordita Fabiola nos contactó a varios humoristas para que hiciéramos una
función a beneficio de Carlos y ayudarlo a pagar su tratamiento. Un importante
grupo respondió al llamado y la función se realizaría a principios de abril,
lamentablemente por el coronavirus el show tuvo que suspenderse, pero estábamos
pendientes de realizarlo en cuanto se levantara la cuarentena, dicha función
por su puesto ya jamás podrá ser. Lo primero que pensé fue en lo desafortunado
que había sido que coincidiera con este aislamiento impidiéndonos ayudarlo,
pero al poco tiempo reflexioné que él terminó yéndose el mismo mes en que
estaba programada originalmente la presentación, es decir, aun llevándola a cabo,
poco habríamos podido hacer para cambiar su destino.
La primera vez que lo vi en persona me hallaba
en los inicios de mi carrera y coincidimos en la función de otro artista que
ambos íbamos a ver. Ese día simplemente nos presentaron, me dio la mano, nos
dimos el popular “mucho gusto” y ya. Un año después mi primera manager lo
invitó para que fuera a verme en el R101, un pequeño teatro en el que tuve mi
primera temporada. Ese día yo estaba muy nervioso porque quería sorprender a
unos de los humoristas más reconocidos, me parecía increíble que fuera yo quien
estuviera a punto de actuar para él.
Ese día el show salió muy bien. Las pocas veces
que miré en dirección hacia él lo vi sonreír. Al terminar lo busqué para
preguntarle cómo le había parecido, todos al empezar buscamos la aprobación de
nuestros ídolos, cosa que, sin decir que esté necesariamente mal, con el tiempo
comprendí que es un error. Fue amable en decirme que le había parecido chévere,
pero su respuesta fue así de escueta, se despidió y allí quedó el pasaje, con
mi sin sabor de sus palabras. Ahí es donde radica el error que les comentaba, pues
al no recibir la reacción esperada puede ocurrir que, nos deprimamos pensando “no
le gustó, por ende, no soy tan bueno”, cosa que no necesariamente es así; o
podemos pensar también, “qué tipo tan creído, le costó admitir lo bueno que soy”,
cosa que puede estar igual de alejada a la realidad. Sinceramente no recuerdo
cuál de las dos opciones vino a mi mente, pero sé que estuve equivocado en la
que haya sido.
Unos buenos años después viajé a presentarme
por primera vez en Miami durante dos noches junto a otros 7 humoristas en un
festival de humor hispano. Para ese momento yo ya era un poquito menos don
nadie, pero seguía igual de emocionado por alternar con tan grandes nombres
como los que lo hice, entre ellos por supuesto, Donoso. Pero ocurrió que las
dos noches tuve que presenciar cómo tres de los comediantes, artistas muchísimo
más grandes en reconocimiento y trayectoria, terminaron peleando entre ellos
por quién debía ir primero que el otro, y por qué fulanito se había demorado en
el escenario 5 minutos más que sutanito. Uno de los indispuestos, nuestro ventrílocuo
favorito, motivo por el que este recuerdo terminó volviéndose gracioso, pero
tampoco me dio mayor oportunidad de estrechar un fuerte vínculo con él.
Acabo de relatarles las que fueron mis
experiencias más cercanas con él. como pueden ver, ninguna presenta un pasaje
excepcional, ¿entonces por qué lloré el día que falleció? Tuve que escarbar en
mi memoria para desentrañar la razón de algo que yo mismo no tenía presente.
Cuando era niño crecí viendo el Festival
internacional del humor organizado por Alfonso Lizarazo, fue allí donde los de
mi generación conocimos a los Midachi, Julio Sabala, Moreno Michael, Micky
McPhantom, Virulo, el colectivo Maski, Lucho Navarro, entre muchos otros. Sus talentos
eran muy variados y todos excepcionales, pero entre ellos destacaba un señor
que no hacía absolutamente nada, simplemente se sentaba a hablar con un miquito
llamado Kini. Yo no entendía por qué don Alfonso anunciaba con bombos y
platillos a ese tal Donoso si el gracioso era el mico. Este carismático primate
arrugaba la trompa, escupía y decía “me saca la piedra”, y todos nos moríamos de
risa, pero los aplausos eran para el señor que lo sentaba en sus piernas. Incluso
el mono tenía otro amigo, un muñequito amanerado llamado Lalo, al que Kini se
refería como “cabeza de incendio”. Este segundo personaje también era más
gracioso que el señor que simplemente se limitaba a meter la cucharada de vez
en cuando en la divertida conversación de los otros dos. Solo vine a comprender
cuando mi tío Fernando me explicó que era aquel señor quien les daba vida haciéndolos
hablar sin mover sus labios. Quede alucinado.
El Festival del humor se convirtió en toda una
institución de la televisión colombiana y en una ocasión convencí a mis primos
de que jugáramos a ser esos humoristas que me tenían fascinado. Las personas que
me siguen de tiempo atrás quizá conozcan la historia de un osito de peluche
llamado Grillo, el cual me acompaña desde los 8 años, si no la conocen, ya
dedicaré otra columna a hablarles de él. Lo cierto es que, esa noche de juego
con mis primos, interpreté a Carlos Donoso y mi osito era Kini. Obviamente
cuando el oso hablaba mis labios se movían más que si estuviera almorzando,
pero recuerdo haber hecho carcajear a Juan Felipe, José Alejandro y Cristian
Camilo. Hoy por fin logro comprender la tristeza que me dejó su partida,
aquella fue la primera vez en la vida que actué para un público. Mis primos
fueron las primeras sonrisas que arranqué, y ese señor con su mico, mi primer
intento de ser humorista ignorando que años después dedicaría mi vida a ello.
Gracias por tan bello recuerdo señor Donoso.