martes, 26 de mayo de 2020

NO ENTENDÍA


                                                           (CUENTO)


 
A pesar de su inmenso conocimiento sobre las cosas, no entendía por qué. A pesar de toda la fe depositada en él, no conseguía una respuesta. La incertidumbre lo aquejaba, la naturaleza humana desconcierta.
Se hallaba allí, olvidado entre sombras a pesar de ser quien era. No entendía por qué, se sentía como la tela que la araña abandonó algún día. Repasaba una a una sus ultimas acciones, incluidas sus debidas omisiones. Se preguntaba si había hecho algo mal, ¿pero en qué podría haberse equivocado? Se consideraba a sí mismo un buen amigo, de esos que saben escuchar, e incluso en ocasiones, hacer favores, favores tan especiales que los beneficiarios de ellos los consideraban como milagros.
No entendía, y era aún mayor su desasosiego al también ignorar por qué antes de ser relegado a un rincón oscuro le infringieron el dolor de quemar sus pies, con horror los vio quemarse cual si fuera mártir resistiéndose al tirano.
No entendía por qué ella obró de tal manera. Él, esa figura de San Judas Tadeo no lo entiende, ignora el que a ella nadie le enseñó que, las velas se prenden, no tan cerca que queme santo ni tan lejos que no lo alumbre.

lunes, 18 de mayo de 2020

EL UMBRAL

                                                              (CUENTO)


Sus ojos intentaron adaptarse a la oscuridad, estaba tan solo como aterrado, quién advertiría su ausencia a tiempo, y de hacerlo, qué más daría otra víctima de la violencia enferma. Las paredes del lugar, llenas de sangre invocaban más, parecían cobrar vida para lanzarse sobre él, su respiración se agitaba tan sólo ante la idea, la fragilidad humana era puesta en evidencia. Ignoraba cuánto tiempo llevaba allí, pero aún en contra de su fe, cierto presentimiento le dictaba algo, sus minutos ya estaban contados. No podía precisar la cantidad de hombres dispuestos a hacerle daño, poco importaba si era uno o acaso varios, en dichas condiciones defenderse era tan ridículo como esperar que el becerro dé muerte al carnicero. Sentía los brazos pesados, no respondían sus piernas, y en general todo su organismo dibujaba laconismo; le era imposible no verse a sí mismo como un simple amasijo de tendones, el capricho de unos músculos desvalidos. Se sabía abandonado a su suerte, no la del destino y sus designios, sino a la suerte decidida para él por quien en breve tendría en frente.

Intentó evocar bellos recuerdos, pero sólo uno se presentó a su mente inquieta, solo tuvo memoria para ella, su madre, esa mujer a la que jamás dedicó un “Te amo”, y lamentó ese silencio que entre ellos dos parecía pactado. Intentó pensar en alguien más, otra persona  de las muchas a las que su amor nunca había expresado, pero era tal el miedo de la inminente tortura que sus pensamientos se volcaban hacia una posible fuga. La salvación se traducía en imposible; disminuido en sus fuerzas, completamente desnudo y sin saber en dónde, con solo una salida, la misma que su asesino utilizaría, la idea de sobrevivir era una locura, pero en instantes que la violenta muerte golpea a nuestra puerta la locura es bienvenida y con suma deferencia es atendida.

Sumido en la angustia pensó en gritar con desespero, pero la razón volvió a su cuerpo, ellos sabían de antemano lo que le harían, no llevarían a cabo tal sadismo  en un lugar donde se escucharan los gritos del herido. Y consiente de ello se hizo un juramento dispuesto a no romperlo, sin importar cuanto dolor le infringieran, jamás gritaría o maldeciría, si lo hiciera le habrían vencido en su alma, aquel lugar bendito. Podían privarlo uno a uno de sus miembros, podían arrebatarle hasta el ultimo aliento, pero necesitarían mucho más que abominaciones inquisidoras para quitarle su valor, su coraje de guerrero.

Absorto en aquel propósito se vio interrumpido por el momento fatídico, un rayo de luz emergió de pronto hiriendo sus también mal trechos ojos. Allí estaba el verdugo que ocultaba el rostro tras la máscara. Prefirió no mirarlo por temor a revelar el sentimiento que lo invadía, el terror de abandonar así la vida. También huyó con su mirada hacia el mundo de ilusiones que en su mente recreaba. Para qué mirar el arma si en segundos él y ella serían uno, cuando le penetrara en las entrañas llevándose lo más valioso que poseía.

Sintió deseos de llorar, pero de inmediato se lo prohibió, una sola lágrima derramada tendría el eco de una sonrisa en el rostro del emisario oscuro. La voz habló, mas él la ignoró, para qué conocer las palabras vacías que no dicen nada. Quiso interpretar una melodía en su cabeza, algo alegre distinto al tétrico sonido de los huesos desprendidos, un réquiem en su honor con el que expresaría a los ángeles el amor que siempre tuvo por la vida. Tan sólo llevaba cuatro notas de la pieza cuando sintió estremecer sus piernas, el infierno sobre su cuerpo se desataba.

Describir con palabras tal tormento es labor insulsa, y en caso de poderlo sería un pecado hacerlo. El arma desconocida le privaba de sus piernas, en sus oídos rechinaba el ruido de la carne que se aferra, la voz del cuerpo que se niega a dejar de ser mientras un grito imperceptible para el humano retumba en el infinito, donde solo las almas son testigo. Apretando los labios se despide de sus piernas, el llanto en su silencio no es tanto de perderlas como de saber que sus pasos ya no le guiaran a casa luego del trabajo, ya no podrá dirigirse a sus hijos y abrazarlos. Y en medio del dolor que sólo los mártires tienen derecho a comentar, se eleva hasta lo más alto de su alma la promesa, el verdugo no escucha de su víctima una sola queja.

Se despide de su sangre que fluye ahora a raudales, siente cada gota que lo abandona. Una punzada luego en el pecho, el calvario va en aumento. Algo frío como el metal entra en su cuerpo y algo cálido como la vida está de salida. Se abandona a su tragedia y con las fuerzas que le restan ve pasar en un segundo frente a sus ojos, no las cosas que hizo como la película que se rebobina, sino las cosas que juro algún día haría. Le pide a Dios la oportunidad de no fallarle, es muy pronto para marcharse, antes de ver apagada la luz de su existencia le ruega a Dios clemencia, no es demasiado tarde para salvarle, quiere seguir viviendo, aunque ya sin brazos y sin piernas, una sola oportunidad le basta para demostrar que la vida es bella cuando se quiere hacer tal de ella. Quizá en el más allá la oportunidad le sea concedida, aquí en cambio, el aborto había terminado

lunes, 11 de mayo de 2020

NAUFRAGO


                                                            (CUENTO)




Transcurridos cuatro días desde el accidente ya consideraba al sol como su compañero de viaje; los rayos ultravioletas se derramaban sobre su piel tatuándola con el dolor ardiente de su constancia, y tal abrazo ininterrumpido lo conducía velozmente a través de los cruentos padecimientos de la deshidratación. Aun así, aquel astro luminoso que tan orgulloso se inclinaba con garbo tras el poniente, era también su único guía en aquella travesía. Sólo en él podía confiar para indicarle alguna cardinalidad, y sólo él parecía prestar completa atención a los soliloquios con que se esforzaba por mantener la cordura. No le bastaba sumergirse en laberintos dubitativos para considerarse a sí mismo poseedor de la razón suficiente capaz de llevarlo a la supervivencia, sentía también la necesidad de escuchar su voz formulando los discernimientos de su mente. Y para no ser víctima de la opresiva soledad causada por saberse orador sin escucha, atribuyó al siempre expectante sol la capacidad de asimilar sus palabras con el interés propio de un interlocutor animado. Excepto aquella locura misma, su lucidez mental se conservaba intacta a pesar de los fatídicos sucesos que le condujeron al naufragio.

El cómo llegó a ser aquel hombre ínfimo en la inmensidad del océano era un recuerdo que su mente no se esforzaba por evocar, al contrario, canalizaba sus pensamientos hacia el sentido temporal contrario, sólo el futuro ocupaba lugar en su cerebro. Flotando a la deriva sobre aquella frágil barca fantaseaba ilusionando el momento de su llegada a la playa, le verían como a un verdadero héroe, los seres humanos siempre consideran héroe a quien sobrevive cualquier tragedia, aunque la razón de su supervivencia no obedezca a los méritos propios del heroísmo; pero tal no era su caso, había sabido comportarse como una persona merecedora de llegar hasta el final para contar la historia.

Por momentos cerraba los ojos teniendo a bien el olvidar que su frágil humanidad se hallaba sujeta a los caprichos de las olas, y aprovechando ser Poseidon único de las corrientes marítimas en su imaginación, aquella barca era llevada al sitio requerido por su heroico destino. Podía ver tan claramente como si fuera una pantalla de cine el momento en que con prodigioso equilibrio se ponía de pie sobre la embarcación, luego, utilizando su mano derecha protegía sus ojos del sol para poder escrutar con la vista el horizonte, descubriendo así la aparición magnifica de una playa atestada de personas, las cuales no dando crédito a lo ocurrido se arrojaban a socorrerlo dándole la bienvenida a tierra firme. Le extendían todo tipo de bebidas y alimentos mientras ansiosos aguardaban escuchar de primera fuente los pormenores de su hazaña. Los niños lo observaban admirados y las mujeres le profesaban el deseo propio del que son dueños los héroes. Los medios acudirían copiosamente para lograr la preciada entrevista con el protagonista de una verdadera odisea, saldría en todos los noticieros alrededor del mundo contando su historia, escritores le solicitarían el privilegio de llevar a la inmortalidad de un libro su aventura, y así como la de Luis Alejandro Velasco fue contada por Gabriel García Marquez, quizá algún nuevo Nobel sería el encargado de describir con magia retórica uno a uno los instantes de su epopeya. O podría ser incluso que algún productor de Hollywood viera en él una mina de oro, siempre es bueno llevar a la pantalla una historia épica que hable de la determinación humana por alzarse con la victoria frente a las pérfidas intenciones de la muerte, sería interpretado por un actor importante como Tom Hanks, sin importar el que ya hubiera sido nominado al Oscar por estar en la piel de otro naufrago cuando fue Chuk Nolan en Castle Rock, pero ese era un personaje ficticio, no como él, un verdadero naufrago, uno de carne y hueso.

De repente, un rumor extraño que parecía viajar en el viento le trajo de nuevo a la realidad, se incorporó de inmediato mientras su corazón latía fuertemente al verse poseído de un poderoso presentimiento. Sus ojos rasgaron las tonalidades azules predominantes de la inmensidad y descubrió a lo lejos una línea divisoria entre el cielo y el mar, era la tan añorada tierra, lo había logrado, escasas horas dividían lo que fuera una tragedia de lo que sería la incuestionable gloria de la vida cuando se perpetúa. Levantó la mirada hacia el sol y agradeció a aquel silencioso amigo su fiel compañía, en poco tiempo viviría en carne propia lo ya vivido en su mundo de fantasía.

Treinta minutos luego podía apreciar detalles exactos de su lugar de arribo, era una playa hermosa con presencia humana y unos cuantos yates que reposaban en sus inmediaciones, todo estaba saliendo de acuerdo a su predicción. Tal y como ocurrió en el sueño se incorporó sobre la balsa mientras su brazo derecho agitaba una camiseta para atraer la atención de las personas. Las más cercanas a él, unos jóvenes que descansaban en su yate, se incorporaron violentamente de los asientos dirigiendo sus miradas hacia el lugar del que provenían los gritos del naufrago, éste sonrió al saberse descubierto, pero de repente advirtió en el rostro de los jóvenes una incomprensible expresión de terror, acto seguido sintió que las tranquilas aguas se agitaban en medio de un fuerte sonido que iba en aumento, la barca se desestabilizó haciéndole perder el equilibrio de manera que cayo de rodillas, de inmediato desvió la mirada en dirección al camino que hasta hace un momento dictara su recorrido. El raudal de pensamientos que acudieron a su mente fue tan inmenso como el tamaño de la ola marítima que inexorable avanzaba hacia su encuentro.

Lo último que vio fue aquella muralla de agua que lo barría todo a su paso arremetiendo con ira. 24 horas luego, parte de su sueño se había cumplido, estaba en los noticieros, su imagen recorría el mundo entero junto a otros miles de cadáveres que inmortalizarían la historia acerca del tsunami que depositó su besó mortal sobre las costas asiáticas.


lunes, 4 de mayo de 2020

EL ENCIERRO



                                                           (CUENTO)



¿Cuánto tiempo ha durado este encierro? La verdad lo ignoro, hace rato dejé de llevar la cuenta de los días. Qué sentido tiene hacerlo si los viernes se disfrazan de miércoles, los lunes se ponen pijamas y sudaderas propias de los domingos; los días en general son un batido que se vierte en la licuadora del tiempo, una que irónicamente gira a velocidad tan lenta que termina mezclándolos hasta confundirlos.

Es increíble descubrir cómo puedes extrañar cosas que antes ni advertías, o lo que es peor, incluso despreciabas. Hoy mi piel extraña el sol del que tantas veces renegué por sentir que me había quemado, extraño incluso el hecho de alzar la vista al cielo y verlo nublado. Extraño, por más increíble que suene, los tumultos del transporte público y el tráfico que dificultaba llegar a nuestro destino en las horas pico.

Recuerdo con vergüenza las tantas ocasiones en que algún vecino o compañero del trabajo me saludaban con un abrazo y yo incomodo por el gesto me limitaba a imitarlos con desgano. Cuando todo esto pase juro que saludaré a los demás expresando de manera física mi afecto. ¿Por qué a veces el ser humano necesita ser privado de algo para valorarlo?

Algunas personas lidian con el encierro mejor que otras, quisiera creer que me cuento entre quienes saben manejarlo, pero empieza a preocuparme este punto en que ya los pensamientos se reiteran una y otra vez en un bucle que pareciera no tener nada más por ofrecer. Alguna vez leí que tan solo basta un mal día para ser arrojado a la locura, pero jamás mencionaron cuántos malos días puede soportar quien se rehúsa a caer en brazos de ella. Cada amanecer me llega con el temor de que tal sea en el que por fin sucumba, pero 72 horas después, que es el tiempo que parecen durar ahora los días, me duermo con la promesa de seguir postergando el adiós a la cordura.

Tan solo una vez desde que estoy aquí sentí que realmente podría enloquecer. Fue esta mañana, cuando José, como se hace llamar el hombre de la capucha que me trae la comida, me contó que allá afuera está ocurriendo algo que nadie habría imaginado. Se desató una pandemia que tiene a todos en cuarentena, según me cuenta cerraron los colegios, centros comerciales, teatros, incluso el aeropuerto, todos afuera comparten de alguna manera este encierro. Casi enloquezco de pensar que el mundo allí afuera puede estar acercándose a su fin y yo me lo perdería por estar aquí, víctima de un secuestro.