lunes, 30 de marzo de 2020

DIATRIBA DE RENTON



                                                              (CUENTO)




Antes de que leer el cuento permítanme contextualizarlos acerca del mismo. Hace muchos años, una de las revistas culturales a las cuales me hallaba suscrito, no recuerdo si Arcadia o Mal Pensante, traería por primera vez a Colombia a Irvien Welsh, escritor escoces que saltó a la fama por su novela Trainspotting, adaptada luego al cine por Danny Boyle. Dicha publicación realizó un concurso para conocer a la celebridad literaria, consistía en escribir un cuento de tan solo una página basado en algún personaje de su obra; yo lo hice eligiendo al más obvio, Renton, interpretado en la pantalla por Ewan McGregor. Por supuesto no gané, pero hoy, tanto tiempo después, quiero compartirles mi cuento perdedor.


DIATRIBA DE RENTON
Hola, soy Renton. ¿Me recuerdas? Qué pregunta tan estúpida. Claro que me recuerdas, cómo podrías olvidarme si el silencio es utopía entre nosotros… ¿Cómo?, ¿que no quieres hablar en éste momento?... Ohhh, Irvine, Irvine, Irvine. Me temo que esta conversación no depende en lo absoluto de que quieras tenerla o no… No me hagas reír, ¿crees que al dejar de escribir me silencias? Déjame ilustrarte al respecto. Muchos piensan que los escritores hablan a través de sus personajes; se equivocan, somos los personajes quienes tomamos prestados a los escritores para hablar a través de ellos… Lo siento, pero es así. No fueron tus dedos sobre el teclado los que hicieron expresarse a mis labios sobre cuánto apesta Escocia. No. Fueron mis labios deambulando por tu pensamiento quienes te hicieron mover los dedos para que expresaran cuánto apesta ser escocés… Sí, porque ser escocés apesta, incluso siendo un héroe, William Wallace murió por serlo; cuán larga y placentera existencia habría tenido naciendo italiano, holandés, o incluso ingles; podría haberse dedicado al noble oficio del verdugo, actuando en el drama teatral de la decapitación, pero con un rol mucho mejor del que debió interpretar… En efecto, también fui yo quien decidió volverse adicto. No me digas que te atribuías la autoría de mi adicción. Siempre me ha causado gracia ese desvarío de los escritores que los lleva a creerse el dios regidor de los destinos en sus cuentos y novelas. No fue Shakespeare quien llevó el veneno a los labios de Romeo, fue él quien le anticipó que lo haría. No fue García Márquez quien imaginó un Macondo, fueron los Buendía quienes lo invitaron a vacacionar durante años a su pueblo. No fue Cervantes quien desquició a don Alonso Quijano, fue el Quijote quien en un acto bondadoso permitió al manco acompañarle en sus andanzas como silencioso y fantasmal testigo. Pero dejemos el parloteo y demos paso a mi sucinto mensaje. Irving Welsh, con la fama de escritor que bien supe darte, quiero que transmitas un mensaje avizor a las actuales generaciones: en ésta dimensión por la que me muevo hay varios amigos míos, personajes que en tu mundo no han nacido. ¿Por qué? Porque los seudo escritores se han quedado sordos a nuestras palabras. Cuéntales que millones de personajes con sus respectivas historias estamos agazapados en la inexistencia… Tu pregunta es lógica. ¿Quieres saber por qué es que tú sí logras escucharme? Muy sencillo, porque alzo la voz para ser escuchado. ¿Y por qué lo hago? Porque como dije al final de Trainspotting: elegí la vida.

jueves, 26 de marzo de 2020

25 AÑOS



                                                (CUADERNO PERSONAL)





Hace escasos días cumplí 40 años. Así es, ¡Hijueputa, ya 40! Pero tranquilos, no voy a compartirles nada que haya escrito para esta fecha, no tendrán que leer reflexiones de un tipo de mediana edad. El texto que leerán a continuación corresponde a lo que escribí cuando cumplí 25 años, nada más y nada menos que la medio bobadita de 15 años de añejamiento tiene la presente. Durante el aislamiento preventivo me he dado a la tarea de releer viejos textos míos y me encontré con éste. Confieso que buena parte del mismo me da cierta pena, se nota mi pretensión de aquel entonces por ser un escritor serio, pero lo comparto tal cual, sin editarlo o modificarle nada, allí está la gracia de compartirlo, que todos escuchemos lo que tenía por decir el Iván de aquel entonces. Disfruten, o padezcan a mi Yo joven, como quieran verlo.

25 AÑOS

Si el almanaque mintiera, cosa que nunca hace por respeto al pasado que reclama su fecha a diario, hoy no sería sábado 19 de marzo del año 2.005, lo cual me exoneraría de éste onomástico que se empeña en afirmar mi existencia a pesar de mi propia negación; el siempre tan acertado horóscopo no me daría consejos basados en lo presupuestado por mi regente astro; tampoco me vería obligado por un impulso extraño, como todos los que me dominan, a sentarme frente al computador en la hora precedente al día 20, para escribir esto cuya finalidad ignoro.

25 años golpean a mi puerta, y no con la decencia de quien fue invitado a nuestro hogar para departir un rato. Es un cuarto de siglo que en mí se estrella con violencia, en ese impacto brutal tan similar a los accidentes de auto, quizá sin latas torcidas, pero con no menos víctimas. Colección de años sumados en una porción de tiempo desperdiciado. ¿Qué ha sido de la legión de días que marcharon tras mis pasos? ¿Qué ha ocurrido con el batallón de meses que yacen derrotados en el sacrosanto campo del pasado? ¿Qué destino les mereció a esas furtivas guerrillas, de momentos?, las que poco lograron al grabar el nombre de su causa en algún recuerdo ajeno.

Qué masacre la que debo presenciar al mirar atrás, descubrir los inertes cuerpos de actos que se omitieron. Amores que tan solo uno fueron, y que no por imposible pierde el rótulo de verdadero. Victorias no obtenidas por ser cobarde y emprender la huida cuando las hordas enemigas recién venían. Besos no dados por ignorar el cómo convertirme en labios. Lágrimas conjugadas en el océano de una almohada. Poemas que, al ser escritos por mi mano, les fui impuesto como padre negándoles la oportunidad de triunfar en condición de huérfanos. Horas que yacen muertas en el féretro del arrepentimiento, ese al que le es imposible arrepentirse para no reiterar su desacierto.

25 años. ¿Qué diferencia el de hoy al día anterior en que mi piel conociera su primer rayo de sol? Por aquel remoto entonces me encontraba recluido en un oscuro útero, limitado por la imposibilidad de mis miembros para batirse en duelo con el pasivo desespero, casi tan limitado como hoy me veo en éste claustrofóbico universo. En aquel otrora me estigmatizaba un amor por encontrar y hoy lo hace el mismo por haberlo hallado.

¿Qué he hecho desde aquel remoto primer día en que me di a la vida? Recordarlo todo sería pretender demasiado, pero decir que recuerdo todo lo importante sería verme obligado a inventarlo. Por tal que, si esta autoimpuesta necesidad de rendirme cuentas exige algún hecho relevante como tributo a la oportunidad recibida, aquella negada a las almas sentenciadas cuyo verdugo adquiere tantos rostros, pero sólo se presenta con el titulo de aborto, haré entonces lo posible por encontrar ese algo que porte en sí la complacencia, y no sabiendo cómo, arrojaré ideas sueltas sobre el papel en espera de reconocer aquel mérito que me haga bien.

Y así comienza la exageradamente breve odisea, con teclas presionadas por mis dedos índices debido a la habilidad no adquirida en clases de mecanografía. Un frenético typear que reflexiona sobre cómo 25 años comprimen tantas tonterías escritas, tal como la presente, que en lo absoluto les es más lista. Una época de escritos casi blasfematorios que parecen ofender las letras con cada intento; pretensiones de poesía, ensayo, novela y cuento, que hacen de mí un heresiarca por completo.

Películas vistas sin escatimar asombro, risa y lágrimas; obedeciendo siempre las necesidades de esta alma, que parece conocer el lecho del amor eterno cada vez que las luces se apagan para ver iluminarse la pantalla; bebiendo cada gota de fantasía y realidad que en tan amadas obras haya; aprendiendo del séptimo arte, que no existe película más bella que ésta de la que somos protagonistas día a día.

Lecturas tan disímiles como innumerables: un millar de poesías, Ficciones que Borges hizo realidad, 100 años de soledad y muchas otras soledades que ni todos los años podrían abarcar, textos ingeniosos de Woody Allen y otros no menos brillantes comediantes, historias de la vida que Reader´s Digest recopila, aventuras que Frank Miller junto a Stan Lee y otros grandes nos animan, complejidades que Nietzsche proponía y obviedades que Paulo Cohelo no omitía, sordidez en que Allan Poe era un maestro y posibilidades infinitas que Asimov traía al pensamiento. Prensa, ciencia, religión, literatura, banalidad, tanto que he leído, logrando conservar muy poco en el recuerdo.

Canciones que he escuchado y en mis silencios apadrinado. Juegos compartidos con amigos, de quienes me alejé en un silencioso pero mutuo acuerdo. Rivalidades preñadas de victorias efímeras y derrotas merecidas. Actos cómicos para hacer reír a otros mientras lloro en tanto. Deseos reprimidos, bien por el rechazo o mal por no intentarlo. Declaraciones de amor tan asertivas en lo equivocado. Traumas de los que soy su inquilinato. Contactos con otras bocas, en un número tan escaso que me sobran dedos para contarlos. Orgasmos suicidados en el baño, fotografías rehuidas, perezas postergadas, tristezas propugnadas, sonrisas lacrimógenas. Y valga citar de nuevo aquel amor, ese amor tatuado en la piel de cuanto me fue negado.

Parece increíble, pero es cierto: cabe tanto en nada y existe tanto en mí, pese a ser inexistente la mayor parte del tiempo. Y sí, quizás algo he hecho, pero todo cabe en el calificativo de intentos que pretenden aquello que aún no puedo. Por el contrario, aquello en lo que he obrado posee tintes verdaderos de ser todo cuanto jamás debí haber hecho. Más aún, pareciera que toda acción ejercida me precipitara al extremo opuesto de cuanto pretendo al hacerlo. Peor incluso, me doy cuenta de ello y no me detengo. Se aplican en mí los pensamientos expresados por Wlliam Defoe a través del sorprendente Robinson Crusoe: “Parece existir un secreto destino que nos precipita a convertirnos en objetos de nuestra propia destrucción, a pesar de que nos demos cuenta de ello y marchemos hacia el futuro con los ojos abiertos”.

Heme aquí, con plena conciencia de mis fallos y mis aciertos, pero siendo mucho más el reflejo de los primeros. Mi soledad es digno escenario dantesco, rondan por mi silencio los murmullos de quienes por amor murieron, y su gentil consejo es que no les imite en ello, mas sordo a su dialecto en éste fatídico amor mantengo. Amo los 43 segundos registrados hace un instante por mi teléfono celular, el tiempo exacto que duró la llamada de quien pretendí mi amada, aunque hoy en día su hermosísima intención para mí no valga nada. Prefiero dejar caer los párpados con la idea fija en mi cabeza de que tal llamada fue lo que jamás será y dormir con total tranquilidad, convencido de que el mundo es aquello a lo que me dirijo en sueños y no ese ruido de fiestas que se queda afuera.

Mañana abriré los ojos a un día más; otro que a esta colección se agrega, y excepto mi edad, nada cambiará. Aún veré algún hombre jugando ajedrez con la muerte; todavía serán mis pies la balsa que se desliza sobre la estigia; mis chistes serán el Cancerbero de la amargura que ocultan; las baladas en la radio serán el abrazo que reciba cuando llore a oscuras en mi cuarto. Sentado frente a éste computador seré el Caronte que me conduzca a esos mundos que estuvieron inhabitados hasta que mi imaginación llegó a colonizarlos. Almorzando a solas rendiré homenaje a Prometo Encadenado; y cada lágrima que de mi ojo penda, será esa espada de Damocles que amenace con dar fin a mi existencia.

Absolutamente nada cambiará, seré ese retrato que permanece inamovible una vez pintado. No obstante, me aferraré a la vida que todavía se me depare, lo haré aún sin entender por qué, imploraré cumplir otros 25 años, y no una vez, quiero que en total sean tres, sumar no menos que tres cuartos de siglo. Envejecer, realmente envejecer, sin importar las consecuencias que siga trayéndome ese amor que nunca habrá de fallecer. Perpetuarme el tiempo que sea posible, para hacer de mí lo sugerido por los versos de Alma Fuerte, el poema de Piú Avanti, que, con toda convicción, culmina instando a “¡Que muerda y vocifere vengadora, ya rodando en el polvo tu cabeza!”. Pero perpetuarme, sobre todo para defender la más ciega y hermosa de las ideas, esa misma con que Roberto Benigni tituló su obra maestra: La Vida es Bella. Perpetuarme para decirlo, aunque sea en escritos que quizá jamás sean leídos, fiel reflejo mío, quien no por no ser amado, reprimo el hermoso grito de agradecimiento infinito: ¡¡Estoy Vivo!!



martes, 17 de marzo de 2020

DIAGRAMAS DE UN INSTANTE



                                                          (CUENTO)




Sentado frente al computador digitaba las últimas palabras de su propuesta, el documento se encontraba listo con anterioridad, pero considerando todo cuanto de él dependía, una última depuración del texto no estaba de más. Repasó minuciosamente todo su contenido, y al considerarse completamente satisfecho con la versión final, ejecutó la orden de impresión. Exhausto se reclinó en su asiento mientras veía cómo las páginas en blanco se introducían en la impresora para aparecer al otro extremo conteniendo ya grabadas las palabras y números en las que tenía depositada toda su esperanza de recuperar la estabilidad de sus finanzas.

El casi mudo sonido de la impresora láser servía como música de fondo a sus pensamientos. Se encontraba sumergido en el nerviosismo por la reunión a realizarse el día siguiente. A primera hora del día debía tomar un avión que le condujera a la ciudad en que algunos de los inversionistas más importantes de la nación se reunirían en torno suyo para escuchar lo que prometía ser el proyecto de mayor envergadura en los últimos años. Si lograba convencerlos no sólo estaría salvándose de la quiebra absoluta a la que lo arrojó el riesgo corrido en su ultimo negocio, uno al que le apostó la casi totalidad de su capital; en caso de disuadirlos sobre la viabilidad de ganancia en la pretensiosa empresa, también estaría garantizado el futuro económico de sus hijos.

Guardó los papeles en su maletín prestando suma atención a no olvidar alguno que pudiera afectar la exposición empresarial. Luego se dirigió a la cama en que su amorosa esposa lo aguardaba, se tendió a su lado y ella lo rodeó con sus brazos mientras susurraba cuánto lo amaba, le decía que confiaba en él y que con seguridad todo saldría bien. Fue la voz de su pareja lo último que escuchó esa noche justo antes de cerrar los ojos y sumergirse en el océano de sueños donde la reunión se llevaba a cabo con el éxito esperado; fue también aquella voz lo primero que escuchó al amanecer, anticipándose cinco minutos al despertador depositó un cálido beso en la mejilla del hombre que sentía llevar el peso del mundo sobre sus hombros, le instó a bañarse mientras ella preparaba el desayuno. Cinco minutos luego el despertador sonaba en tanto el hombre se miraba fijamente al espejo repitiendo en voz alta lo capaz que era de llevar a cabo tan imperiosa labor que se había propuesto.

Durante la ducha y el desayuno el hombre repasaba mentalmente todos los argumentos que presentaría a la junta y se formulaba a sí mismo los seguros interrogantes con que le acometerían una vez culminada su exposición. Sus pequeños hijos, ignorantes del relevante acontecimiento, acosaban a su padre con los juegos y preguntas acostumbradas de cada mañana, él los veía así como a su espléndida esposa y le aterraba la idea de fallarles nuevamente, sentía haberlo hecho al perder todo su dinero en la inversión errada, pero ahora el destino le daba la oportunidad de corregir su error, y no era una oportunidad cualquiera, era la idónea para mejorar con creces no sólo su situación actual sino también la privilegiada en que hasta hace poco estuvieran.

Dijo a sus hijos lo mucho que los amaba, les besó y se dirigió a la puerta acompañado por su esposa, frente a la casa ya aguardaba el taxi que habría de conducirle hasta el aeropuerto. Cruzaron unas últimas palabras de aliento y un último te amo, luego, ella lo vio ingresar al vehículo y partir hacia el gran negocio que les devolvería la tranquilidad. El chofer tenía sintonizada una estación musical adulto contemporánea muy propicia para la ocasión, canciones relajantes brotaban de la radio para sosegar su intranquilidad, se dejó llevar por las melodías mientras las cantaba por lo bajo intentando alejar de su mente la inmensa cantidad de cifras que había estando memorizando desde muchos días atrás. De repente, como despertando de un sueño, advirtió que el edificio a su costado derecho había permanecido estático a lo largo de toda una canción, entonces miró a su alrededor descubriendo el inmenso trancón vehicular en que estaban atrapados. Miró su reloj de pulsera y lo comparó de inmediato con el que reposaba en la parte delantera del vehículo, aún estaba bien de tiempo, pero la completa inmovilidad del tráfico comenzó a despertar su nerviosismo. Transcurridos quince minutos se habían movido escasos metros y el pánico se apoderó de él. Preguntó al chofer si no conocía alguna ruta alterna para eludir tal congestión, pero éste le explico que de poco o nada servía puesto que aún faltaba un gran trayecto para encontrarse con el desvío requerido, se hallaban completamente sujetos a la reanudación del tránsito, hasta entonces no podían hacer algo distinto a esperar.

Lo que en un principio fuera música relajante sufrió la metamorfosis en que las melódicas voces de los cantantes se le antojaron la burla del destino ante su desespero, pidió al chofer sintonizar otra emisora, preferiblemente una de esas en las que dan informes del tráfico desde un helicóptero para orientar a las personas justo antes de verse atrapadas en su situación actual. Efectivamente los informantes aéreos reportaban la congestión sugiriendo a los conductores tomar vías alternas que por supuesto ellos ya habían dejado atrás. Su alarma interna se disparó al máximo haciéndole considerar la usual idea que asalta a quienes son presas de un afán semejante, descender del auto y emprender el recorrido a pie, pero la poca cordura que aún conservaba le hizo evidente la magnitud de estupidez que significaría hacer caso a aquel impulso.

Veinte minutos luego alcanzaban el punto en que el chofer lograba tomar la desviación esperada para continuar su trayecto. La tranquilidad fue volviendo a su semblante al ver la velocidad que el taxi alcanzaba, pero no dejaba de mirar constantemente su reloj para cerciorarse del tiempo. Una vez llegaron a su destino el hombre respiró aliviado y ofreció toda su gratitud al conductor como si éste en lugar de prestarle un servicio de transporte acabase de salvarle la vida. Descendió del vehículo, una vez más consultó su reloj, y aunque no era tan temprano como le hubiera gustado estar evitando cualquier percance de última hora lo cierto era que ya se encontraba allí. Se dirigió a la aerolínea para reportar su equipaje, aguardó a su turno en la fila y posteriormente se acercó a la hermosa joven que le atendería, le dirigió una sonrisa mientras su mano derecha buscaba el pasaje de avión en el interior de su chaqueta, de inmediato la sonrisa se nubló y apareció en su rostro la expresión de horror más evidente.

Su esposa hacía el intento de comprender los ininteligibles gritos proferidos por su marido al otro lado de la línea, cuando finalmente entendió de qué se trataba, el pánico se apoderó también de ella. En ocasiones el deseo ferviente sobre una cosa es el mismo culpable de hacernos olvidar lo evidente en relación con la obtención de ésta, tal ocurrió con él, quien concentrado en todos los elementos de la reunión pasó por alto que lo más importante era estar presente en ella.

Debido a su precaria situación económica le era imposible comprar otro tiquete, realmente estaban tan mal que incluso debieron sacrificar algunos gastos del mes para poder realizar aquel viaje, les avergonzaba que sus amigos supieran lo mal que se encontraban luego de haber sido tan prestigiosa familia, un pecado muy común entre la gente con dinero que repentinamente se ve privada de él. Por lo que su esposa, quien afortunadamente ya había enviado los niños al colegio, vistió lo primero que tuvo a su alcance y emprendió la decisiva carrera. El documento de identificación que le permitiría abordar el avión se encontraba en la primera gaveta del escritorio, lugar evidente para evitar cualquier olvido, y ahora que ella lo apretaba entre sus manos no lograba comprender cómo se veían envueltos en aquella situación, la misma pregunta que se formularan unos meses atrás luego del fracaso que los llevó a la ruina.

La congestión en el tráfico de la que él fue víctima había desaparecido por completo, pero la enorme distancia no era algo tan fácil de salvar con el simple hecho de no encontrar obstrucción vehicular. Mientras tanto él se llevaba las manos al cabeza escuchando por el altoparlante el llamado para los pasajeros entre los cuales tendría que hallarse. Por su mente cruzaban sin cesar todas las palabras contenidas en el discurso que al cabo de unas horas debería estar ofreciendo a los hombres que ahora tan sólo se encontrarían con un salón de juntas repleto, pero sin alguien que les explique el motivo de su asistencia.

Tanto la mente de él como la de ella parecían reproducir las mismas escenas dantescas en su cabeza, la oleada de acreedores a los que habían estado eludiendo valiéndose de su intachable reputación, pero que ahora tendrían que enfrentar con la vergüenza de no poder responder, el embargo al que seguramente se verían sometidos por los bancos cuyas tarjetas habían excedido el crédito, la burla de los otros niños a sus pequeños hijos cuando se supiera la morosidad en que habían incurrido sus padres, esa nefasta burla, otro pecado típico de las altas esferas.

El hombre rogaba a los funcionarios de la aerolínea que retrasaran el despegue, mientras ella rogaba al conductor del taxi que acelerara excediendo el límite de velocidad, pero a uno y otro les fueron negados sus ruegos. Él presenció con impotencia cómo su avión rodaba por la pista de despegue en el momento mismo que su esposa hacía la dramática aparición corriendo por el pasillo.

A pesar de la ira y la frustración se fundieron en un abrazo mudo, sentían que el mundo bajo sus pies temblaba con la violencia del más fuerte terremoto, y sólo asidos el uno al otro eran capaces de soportar la sacudida. Sabían que lo perderían todo y ese abrazo representaba su fuerte deseo de no perder lo único que era verdaderamente suyo, lo único que nadie jamás podría quitarles a menos que ellos mismos lo decidieran.

Permanecieron abrazados durante un tiempo tan difícil de precisar como la cantidad lágrimas que rodaron por sus mejillas. Luego se sentaron a intentar pensar, ella le decía que podían cambiar el tiquete para el próximo vuelo y llamar a solicitar que aplacen la junta durante algunas horas, pero ambos sabían que las posibilidades de que ocurriera eran mínimas, bastante difícil había sido hacer coincidir a tantos empresarios en una sola reunión, y el tercer pecado de los adinerados es pensar que su tiempo es tan valioso como sus chequeras, impidiéndoles conceder un pequeño crédito horario a los necesitados de él.

De nuevo se abrazaron mientras preguntaban al cielo por qué lo injusto del destino, por qué los dioses se divierten con los humanos cuál si fueran juguetes sin alma, por qué les llenan los bolsillos de esperanza tan sólo para descubrir que están rotos y lo puesto en ellos se pierde sin falta. Eran miles las preguntas que se hacían cuando se desató la conmoción a su alrededor, guardias de seguridad gritaban, la gente corría y los altavoces transmitían mensajes que hacían un llamado a guardar la compostura. Sin terminar de comprender lo que ocurría y olvidándose por un instante de su drama personal se pusieron en pie para unirse a las masas agolpadas en torno a las pantallas de televisión. Nadie podía dar crédito a aquella visión, mucho menos él, su avión, el mismo que le conduciría al gran negocio que sería su salvación, el mismo que al despegar sin él se convertía en su perdición, ese mismo, acababa de estrellarse contra la primera de las torres gemelas.