(CUADERNO PERSONAL)
Hace escasos días cumplí 40 años. Así es,
¡Hijueputa, ya 40! Pero tranquilos, no voy a compartirles nada que haya escrito
para esta fecha, no tendrán que leer reflexiones de un tipo de mediana edad. El
texto que leerán a continuación corresponde a lo que escribí cuando cumplí 25
años, nada más y nada menos que la medio bobadita de 15 años de añejamiento
tiene la presente. Durante el aislamiento preventivo me he dado a la tarea de
releer viejos textos míos y me encontré con éste. Confieso que buena parte del
mismo me da cierta pena, se nota mi pretensión de aquel entonces por ser un
escritor serio, pero lo comparto tal cual, sin editarlo o modificarle nada,
allí está la gracia de compartirlo, que todos escuchemos lo que tenía por decir
el Iván de aquel entonces. Disfruten, o padezcan a mi Yo joven, como quieran
verlo.
25 AÑOS
Si el almanaque mintiera, cosa que nunca hace por
respeto al pasado que reclama su fecha a diario, hoy no sería sábado 19 de
marzo del año 2.005, lo cual me exoneraría de éste onomástico que se empeña en
afirmar mi existencia a pesar de mi propia negación; el siempre tan acertado
horóscopo no me daría consejos basados en lo presupuestado por mi regente astro;
tampoco me vería obligado por un impulso extraño, como todos los que me
dominan, a sentarme frente al computador en la hora precedente al día 20, para
escribir esto cuya finalidad ignoro.
25
años golpean a mi puerta, y no con la decencia de quien fue invitado a nuestro
hogar para departir un rato. Es un cuarto de siglo que en mí se estrella con
violencia, en ese impacto brutal tan similar a los accidentes de auto, quizá
sin latas torcidas, pero con no menos víctimas. Colección de años sumados en
una porción de tiempo desperdiciado. ¿Qué ha sido de la legión de días que
marcharon tras mis pasos? ¿Qué ha ocurrido con el batallón de meses que yacen
derrotados en el sacrosanto campo del pasado? ¿Qué destino les mereció a esas
furtivas guerrillas, de momentos?, las que poco
lograron al grabar el nombre de su causa en algún recuerdo ajeno.
Qué
masacre la que debo presenciar al mirar atrás, descubrir los inertes cuerpos de
actos que se omitieron. Amores que tan solo uno fueron, y que no por imposible
pierde el rótulo de verdadero. Victorias no obtenidas por ser cobarde y
emprender la huida cuando las hordas enemigas recién venían. Besos no dados por
ignorar el cómo convertirme en labios. Lágrimas conjugadas en el océano de una
almohada. Poemas que, al ser escritos por mi mano, les fui impuesto como padre
negándoles la oportunidad de triunfar en condición de huérfanos. Horas que
yacen muertas en el féretro del arrepentimiento, ese al que le es imposible
arrepentirse para no reiterar su desacierto.
25
años. ¿Qué diferencia el de hoy al día anterior en que mi piel conociera su
primer rayo de sol? Por aquel remoto entonces me encontraba recluido en un
oscuro útero, limitado por la imposibilidad de mis miembros para batirse en
duelo con el pasivo desespero, casi tan limitado como hoy me veo en éste
claustrofóbico universo. En aquel otrora me estigmatizaba un amor por encontrar
y hoy lo hace el mismo por haberlo hallado.
¿Qué
he hecho desde aquel remoto primer día en que me di a la vida? Recordarlo todo
sería pretender demasiado, pero decir que recuerdo todo lo importante sería
verme obligado a inventarlo. Por tal que, si esta autoimpuesta necesidad de
rendirme cuentas exige algún hecho relevante como tributo a la oportunidad
recibida, aquella negada a las almas sentenciadas cuyo verdugo adquiere tantos
rostros, pero sólo se presenta con el titulo de aborto, haré entonces lo
posible por encontrar ese algo que porte en sí la complacencia, y no sabiendo
cómo, arrojaré ideas sueltas sobre el papel en espera de reconocer aquel mérito
que me haga bien.
Y
así comienza la exageradamente breve odisea, con teclas presionadas por mis
dedos índices debido a la habilidad no adquirida en clases de mecanografía. Un
frenético typear que reflexiona sobre cómo 25 años comprimen tantas tonterías
escritas, tal como la presente, que en lo absoluto les es más lista. Una época
de escritos casi blasfematorios que parecen ofender las letras con cada
intento; pretensiones de poesía, ensayo, novela y cuento, que hacen de mí un
heresiarca por completo.
Películas
vistas sin escatimar asombro, risa y lágrimas; obedeciendo siempre las
necesidades de esta alma, que parece conocer el lecho del amor eterno cada vez
que las luces se apagan para ver iluminarse la pantalla; bebiendo cada gota de
fantasía y realidad que en tan amadas obras haya; aprendiendo del séptimo arte,
que no existe película más bella que ésta de la que somos protagonistas día a
día.
Lecturas
tan disímiles como innumerables: un millar de poesías, Ficciones que Borges
hizo realidad, 100 años de soledad y muchas otras soledades que ni todos los
años podrían abarcar, textos ingeniosos de Woody Allen y otros no menos
brillantes comediantes, historias de la vida que Reader´s Digest recopila,
aventuras que Frank Miller junto a Stan Lee y otros grandes nos animan,
complejidades que Nietzsche proponía y obviedades que Paulo Cohelo no omitía,
sordidez en que Allan Poe era un maestro y posibilidades infinitas que Asimov
traía al pensamiento. Prensa, ciencia, religión, literatura, banalidad, tanto
que he leído, logrando conservar muy poco en el recuerdo.
Canciones
que he escuchado y en mis silencios apadrinado. Juegos compartidos con amigos,
de quienes me alejé en un silencioso pero mutuo acuerdo. Rivalidades preñadas
de victorias efímeras y derrotas merecidas. Actos cómicos para hacer reír a
otros mientras lloro en tanto. Deseos reprimidos, bien por el rechazo o mal por
no intentarlo. Declaraciones de amor tan asertivas en lo equivocado. Traumas de
los que soy su inquilinato. Contactos con otras bocas, en un número tan escaso
que me sobran dedos para contarlos. Orgasmos suicidados en el baño, fotografías
rehuidas, perezas postergadas, tristezas propugnadas, sonrisas lacrimógenas. Y
valga citar de nuevo aquel amor, ese amor tatuado en la piel de cuanto me fue
negado.
Parece
increíble, pero es cierto: cabe tanto en nada y existe tanto en mí, pese a ser
inexistente la mayor parte del tiempo. Y sí, quizás algo he hecho, pero todo
cabe en el calificativo de intentos que pretenden aquello que aún no puedo. Por
el contrario, aquello en lo que he obrado posee tintes verdaderos de ser todo
cuanto jamás debí haber hecho. Más aún, pareciera que toda acción ejercida me
precipitara al extremo opuesto de cuanto pretendo al hacerlo. Peor incluso, me
doy cuenta de ello y no me detengo. Se aplican en mí los pensamientos
expresados por Wlliam Defoe a través del sorprendente Robinson Crusoe: “Parece
existir un secreto destino que nos precipita a convertirnos en objetos de
nuestra propia destrucción, a pesar de que nos demos cuenta de ello y marchemos
hacia el futuro con los ojos abiertos”.
Heme
aquí, con plena conciencia de mis fallos y mis aciertos, pero siendo mucho más
el reflejo de los primeros. Mi soledad es digno escenario dantesco, rondan por
mi silencio los murmullos de quienes por amor murieron, y su gentil consejo es
que no les imite en ello, mas sordo a su dialecto en éste fatídico amor
mantengo. Amo los 43 segundos registrados hace un instante por mi teléfono
celular, el tiempo exacto que duró la llamada de quien pretendí mi amada,
aunque hoy en día su hermosísima intención para mí no valga nada. Prefiero
dejar caer los párpados con la idea fija en mi cabeza de que tal llamada fue lo
que jamás será y dormir con total tranquilidad, convencido de que el mundo es
aquello a lo que me dirijo en sueños y no ese ruido de fiestas que se queda
afuera.
Mañana
abriré los ojos a un día más; otro que a esta colección se agrega, y excepto mi
edad, nada cambiará. Aún veré algún hombre jugando ajedrez con la muerte;
todavía serán mis pies la balsa que se desliza sobre la estigia; mis chistes serán
el Cancerbero de la amargura que ocultan; las baladas en la radio serán el
abrazo que reciba cuando llore a oscuras en mi cuarto. Sentado frente a éste
computador seré el Caronte que me conduzca a esos mundos que estuvieron
inhabitados hasta que mi imaginación llegó a colonizarlos. Almorzando a solas
rendiré homenaje a Prometo Encadenado; y cada lágrima que de mi ojo penda, será
esa espada de Damocles que amenace con dar fin a mi existencia.
Absolutamente
nada cambiará, seré ese retrato que permanece inamovible una vez pintado. No obstante,
me aferraré a la vida que todavía se me depare, lo haré aún sin entender por
qué, imploraré cumplir otros 25 años, y no una vez, quiero que en total sean
tres, sumar no menos que tres cuartos de siglo. Envejecer, realmente envejecer,
sin importar las consecuencias que siga trayéndome ese amor que nunca habrá de
fallecer. Perpetuarme el tiempo que sea posible, para hacer de mí lo sugerido
por los versos de Alma Fuerte, el poema de Piú Avanti, que, con toda convicción,
culmina instando a “¡Que muerda y vocifere vengadora, ya rodando en el polvo tu
cabeza!”. Pero perpetuarme, sobre todo para defender la más ciega y hermosa de
las ideas, esa misma con que Roberto Benigni tituló su obra maestra: La Vida es Bella. Perpetuarme
para decirlo, aunque sea en escritos que quizá jamás sean leídos, fiel reflejo
mío, quien no por no ser amado, reprimo el hermoso grito de agradecimiento
infinito: ¡¡Estoy Vivo!!