Esta Semana contrajo nupcias la Duquesa de Alba. No estamos hablando de una boda más del montón, ésta no otra de las tantas protagonizadas por la monarquía con presupuestos dignos de película de Hollywood, no señor, ésta tiene un ingrediente bastante llamativo: la distinguida novia cuenta con la medio bobadita de 85 años, lo cual nos plantea la pregunta de qué tan serio resulta en un caso como éste, el juramento de amor eterno, teniendo en cuenta que, admitámoslo, la eternidad ya la tiene a la vuelta de la esquina.
Sin ánimo de ser cruel, una boda a esta edad nos sugiere ciertas particularidades. Partamos de esto, ella tiene 85 años, y su ahora marido, Alfonso Díez, es 25 años menor que ella. ¡Ojo!, 25 años menor que ella, ¿pero siendo un hombre de 60 años podemos tildarla de asalta cunas? Admitámoslo, por más que lo consiguió con un cuarto de siglo menos, no podemos decir que sea exactamente una vieja sardinera. ¿O alguien de 60 años es válido para la consabida frase de Alejandra Azcarate: “Un pollo al año no hace daño”?
Muchas cosas deben resultar extrañas de contraer nupcias a esa edad, por ejemplo, ¿el sacerdote no habrá tenido que contener la risa al momento de decir: “hasta que la muerte los separe”? De haber sido yo el cura, habría dicho: “Los declaro marido y mujer hasta – miro el reloj – dentro de un ratico”.
Espero que el novio se lo haya pensado muy bien al momento de jurarle su fidelidad en la salud y en la enfermedad, porque en la salud lo que se dice salud, no creo que vaya tener mucha oportunidad de demostrársela. Y conste que no soy solo yo quien lo afirma, mi amigo y colega, Nelson Polania, dijo: “Si yo me casara a los 85, no habría vals, sino minuto de silencio”.
Espero también que todos los invitados hayan sido lo suficientemente previsivos de pasar a comprar sus respectivos regalos en la droguería más cercana. Es bueno que en la luna de miel el marido tenga a la mano cualquier cosa que pudiera hacer falta en una caso de emergencia: “Oh mi amor, ¿qué pasa, tu corazón, te está doliendo?, tranquila que aquí tengo la Hidroclorotiazida que nos regaló el príncipe de Asturias”.
No ha faltado por supuesto el malintencionado diciendo que Alfonso Diez se casa por interés, pero yo salgo en su defensa. Primero que todo, don Alfonso no es cualquier plebeyo pintado en la pared, no señor, es un muy distinguido funcionario de Estado, es decir, él sí tenía cómo pagar la tanqueada cuando salían en la limosina de ella. Segundo, y esto lo digo con todo respeto, pero, sincerémonos, ¿ustedes han visto fotos de la duquesa? ¿Por más trepador que fuera, qué interés va poder tener este hombre que sea superior a la impresión que causa ella teniéndola de frente?, a menos que sea curador de un museo o taxidermista, ahí no hay segundas intenciones.
Y tercer argumento de mi defensa al pobre don Alfonso: el nombre de la duquesa es Cayetana, nombre que sugiere cualquier cosa, menos realeza, es decir que él debe aguantarse la risa a la hora de decirle todo cariñoso: “¿quén es uno Cayetana helmosha?”. Pero eso es lo de menos, el problema es que su nombre nobiliario completo es: “María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de Silva Falcó y Gurtubay”. ¿Han visto que cuando uno está bravo con la pareja la llama por el nombre completo… qué tal que este pobre quiera hacer lo mismo?: “¡¡¡María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de Silva Falcó y Gurtubay venga para acá carajo!!!”… Para cuándo termine de decirlo ya se le habrá olvidado por qué estaba bravo. O el problema adicional, ¿se imaginan donde a ella le dé por pedirle un acróstico? Es decir, si este hombre tiene algún tipo de interés oculto pero es capaz de lidiar con ese nombre, se merece obtener lo que sea que quiere.
Para concluir quiero decir que, con todo y lo risible que parezca la situación de esta pareja, confieso que a esa edad espero dos cosas: verme con mi esposa igual de felices a como se ven ellos, y que mi mujer luzca, no como la Duquesa, pero sí como Amparo Grisales.
Sin ánimo de ser cruel, una boda a esta edad nos sugiere ciertas particularidades. Partamos de esto, ella tiene 85 años, y su ahora marido, Alfonso Díez, es 25 años menor que ella. ¡Ojo!, 25 años menor que ella, ¿pero siendo un hombre de 60 años podemos tildarla de asalta cunas? Admitámoslo, por más que lo consiguió con un cuarto de siglo menos, no podemos decir que sea exactamente una vieja sardinera. ¿O alguien de 60 años es válido para la consabida frase de Alejandra Azcarate: “Un pollo al año no hace daño”?
Muchas cosas deben resultar extrañas de contraer nupcias a esa edad, por ejemplo, ¿el sacerdote no habrá tenido que contener la risa al momento de decir: “hasta que la muerte los separe”? De haber sido yo el cura, habría dicho: “Los declaro marido y mujer hasta – miro el reloj – dentro de un ratico”.
Espero que el novio se lo haya pensado muy bien al momento de jurarle su fidelidad en la salud y en la enfermedad, porque en la salud lo que se dice salud, no creo que vaya tener mucha oportunidad de demostrársela. Y conste que no soy solo yo quien lo afirma, mi amigo y colega, Nelson Polania, dijo: “Si yo me casara a los 85, no habría vals, sino minuto de silencio”.
Espero también que todos los invitados hayan sido lo suficientemente previsivos de pasar a comprar sus respectivos regalos en la droguería más cercana. Es bueno que en la luna de miel el marido tenga a la mano cualquier cosa que pudiera hacer falta en una caso de emergencia: “Oh mi amor, ¿qué pasa, tu corazón, te está doliendo?, tranquila que aquí tengo la Hidroclorotiazida que nos regaló el príncipe de Asturias”.
No ha faltado por supuesto el malintencionado diciendo que Alfonso Diez se casa por interés, pero yo salgo en su defensa. Primero que todo, don Alfonso no es cualquier plebeyo pintado en la pared, no señor, es un muy distinguido funcionario de Estado, es decir, él sí tenía cómo pagar la tanqueada cuando salían en la limosina de ella. Segundo, y esto lo digo con todo respeto, pero, sincerémonos, ¿ustedes han visto fotos de la duquesa? ¿Por más trepador que fuera, qué interés va poder tener este hombre que sea superior a la impresión que causa ella teniéndola de frente?, a menos que sea curador de un museo o taxidermista, ahí no hay segundas intenciones.
Y tercer argumento de mi defensa al pobre don Alfonso: el nombre de la duquesa es Cayetana, nombre que sugiere cualquier cosa, menos realeza, es decir que él debe aguantarse la risa a la hora de decirle todo cariñoso: “¿quén es uno Cayetana helmosha?”. Pero eso es lo de menos, el problema es que su nombre nobiliario completo es: “María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de Silva Falcó y Gurtubay”. ¿Han visto que cuando uno está bravo con la pareja la llama por el nombre completo… qué tal que este pobre quiera hacer lo mismo?: “¡¡¡María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de Silva Falcó y Gurtubay venga para acá carajo!!!”… Para cuándo termine de decirlo ya se le habrá olvidado por qué estaba bravo. O el problema adicional, ¿se imaginan donde a ella le dé por pedirle un acróstico? Es decir, si este hombre tiene algún tipo de interés oculto pero es capaz de lidiar con ese nombre, se merece obtener lo que sea que quiere.
Para concluir quiero decir que, con todo y lo risible que parezca la situación de esta pareja, confieso que a esa edad espero dos cosas: verme con mi esposa igual de felices a como se ven ellos, y que mi mujer luzca, no como la Duquesa, pero sí como Amparo Grisales.