(CUENTO)
Él era un asesino a sueldo, tenía la fama
de ser el mejor en su gremio, quienes le contrataban podían estar seguros de que
la víctima no se salvaría. Un día recibió la misión de quitarle la vida a una
mujer acaudalada. Se dirigió a la mansión señalada, burló el sistema externo de
seguridad y ubicó un lugar específico en el que montó su rifle, era un
excelente francotirador y no sentía la necesidad de acercarse más para cumplir
con su encargo.
A través de la mira en su rifle vigilaba
atentamente las ventanas de la casa. Transcurrieron horas hasta que pudo verla,
pero al hacerlo retiró su dedo del gatillo, la belleza de la mujer superó la
fuerza de sus instintos asesinos, por primera vez durante toda su carrera
sintió el deseo de dejar las armas. Algo en esa mujer le hizo soñar con una vida
distinta, abandonar el camino delictivo y formar una familia. Por un instante
cerró sus ojos y planeo el cómo lo llevaría a cabo, la inteligencia estratégica
que utilizaba para sus crímenes la emplearía ésta vez en conquistar el corazón
de aquella musa que en lo sucesivo le inspiraría.
Averiguaría los lugares que frecuentaba y
en el más propicio la abordaría. Haría derroche de su encanto y tomarían algún
café, le hablaría de una vida maravillosa que llevaba en busca de encontrar con
quién compartirla, ese mismo día se darían su primer beso y bastaría una cita
más para terminar teniendo sexo. Al cabo de unos meses le pediría matrimonio,
la boda sería con muchos invitados y llena de fantasía, su luna de miel
alrededor del mundo en un lujoso crucero y luego de un año tendrían hijos. El
niño sacaría los ojos de la madre, pero su rostro sería el retrato exacto de su
padre. La niña por su parte, un poco tímida, sería la más inteligente de la
familia. Cuando los pequeños crecieran e hicieran sus propias vidas, ellos se
retirarían a vivir sus últimos años en una granja visitada cada verano por los
hijos con sus familias respectivas.
Con una sonrisa en el rostro abrió de
nuevo los ojos para contemplar a su futura esposa, allí estaba, vestida con un
traje negro ceñido al cuerpo, pero de pronto descubrió unos brazos masculinos
asiéndola por la cintura mientras ella se giraba para corresponder con un
profundo beso.
Al asesino le invadió la ira y el gatillo
fue presionado dos veces por su dedo, una bala cegaba la vida de su amada
mientras la otra hacía lo propio con la de aquel pérfido ladrón de esposas.
Recogió sus cosas y se marchó con igual sigilo desechando la idea absurda de
abandonar su oficio, y mientras lo hacia reflexionaba acerca de cómo él no era
el mejor cegando vidas, indudablemente son los celos el mejor de los asesinos.