(CUENTO)
Corría tan de prisa que le era imposible
eludir las ramas que a su paso se rompían mientras le herían el rostro, manaba
sangre de su costado y la profunda herida le dolía, pero no hay tiempo de
detenerse a atender heridas cuando se es perseguido por asesinos.
Sabía que su propia sangre debía estar dejándoles un imperdible rastro. Se detuvo por un segundo a considerar las posibilidades que tenía para despistarlos, quizá huyendo río abajo, o quizá rodeándoles para emboscarlos, pero esto último sería un suicidio, ellos eran más y mejor armados.
El corazón fatigado retumbaba con violencia en sus oídos, quizá se eleve así el sonido de la vida cuando evacua el cuerpo a través de un pequeño orificio. Intentó reanudar su marcha, pero las fuerzas lo abandonaron y sus piernas flaquearon. Postrado en tierra emitía desesperados respiros, tomar el aire suficiente era un suplicio.
De pronto guardó silencio repentino, cesaron de golpe sus jadeos y latidos, agudizó el oído y pudo percibir los susurros del enemigo. Imponiéndose al cansancio se incorporó para ponerse al cubierto tras un tronco. Clavó su vista en el lugar de dónde provenían los pasos disimulados y vio dos siluetas muy poco diestras.
Un repentino impulso de ira le hizo considerar la opción de atacarlos de inmediato, no permitiéndoles reaccionar podría acabarlos. Pero un segundo antes de lanzarse en pos de ellos descubrió una tercera figura que aparecía rezagada. ¿Cuántos más podrían ser? Ésta interrogante fue interrumpida cuando esa nueva persona en escena levantó su arma para apuntar en dirección a él.
Su salto instintivo precedió por medio segundo el estallar de la bala contra el árbol que resultó ser el único herido. Sin dar espera se incorporó para emprender la huida a una velocidad mayor de la requerida por los dos primeros individuos para halar sus respectivos gatillos. Tras él tronaron los disparos, pero ninguno fue capaz de impactarlo.
Su fuerza de voluntad llegó al extremo y cayó rendido al suelo, sus ganas de vivir superaban la capacidad de su cuerpo para seguirlo haciendo. Sus perseguidores no tardaron en darle alcance y estando allí tendido les vio venir mientras lamentaba el carecer de los medios para terminar con su propia vida negándoles el placer de darle fin. Llegaron a su lado y consultaron entre ellos quién debía hacer el ultimo disparo, le ignoraron por completo mientras tomaban la decisión, su ultimo sentimiento en vida fue el de ser el más humillado de los condenados, cerró los ojos y aguardó el impacto, una bala cegaría su existir, en segundos escucharía el estruendo seguido a lo que uno de los cazadores hubo dicho, “Que sea un tiro limpio, no queremos que el venado sufra”.