(OPINIÓN CINEMATOGRÁFICA)
Cada
nuevo anuncio de una próxima película de superhéroes suscita expectativas
mundiales que suelen verse reflejadas en taquillas millonarias, pero no pocas veces
sus cifras de asistencia van en contra vía de la calidad de la cinta. Logan, es
uno de esos escasos puntos de encuentro en que pueden darse cita y salir
felices fanáticos y críticos. Ver Logan es estar en la tierra prometida, esa que
buscamos geeks y cinéfilos por igual, esa en que una película de acción y fantasía
puede ser también un drama profundo y desgarrador. Logan es la expiación de
cualquier pecado que le pudiera anteceder.
Estamos
ante algo más grande que el cierre de una trilogía, es el fin de una era. Han pasado
17 años desde cuando viéramos a Hugh Jackman lucir por primera vez el peinado y
barba de James Howlett, más conocido como Wolverine. Desde aquella vez no ha dejado
de aparecer, aunque sea con un cameo, en todas las películas del universo de
los X-Men. Con Logan, sus garras se retraen para siempre. Es un adiós que
duele, pero que también se agradece, porque al igual que tras la partida de un
amigo, nos quedamos con los momentos que compartimos, y en estas dos horas
finales, nos obsequia varios de los más hermosos.
La
historia se sitúa en el futuro, año 2029, un Logan viejo y cansado lleva a
cuestas el sufrimiento de tragedias que se nos irán revelando para admirar la
forma en que él las ha enfrentado. Veremos en este hombre que cojea cómo
incluso al más poderoso de los mutantes el paso del tiempo lo aqueja, los años,
ni siquiera con un inmortal tienen clemencia. Y es en esta entre comillas vulnerabilidad,
en donde encontramos lo más valioso del personaje. Perdonen si con mi siguiente
afirmación parezco perder toda objetividad, posiblemente sea así, pero me es
imposible no expresar que la actuación de Hugh Jackman me indispone con la
industria cinematográfica que jamás tomará un rol de estos como digno de un premio,
y quizá en efecto jamás un personaje lo haya merecido antes, pero la actuación
del australiano se merece un reconocimiento porque es tan sólida como el
adamantium.
Acompañan
a Jackman las actuaciones del siempre preciso Patrick Stewart, como un Charles
Xavier no menos atormentado que el mismo protagonista; y la revelación de
revelaciones, Dafne Keen, una niña que da catedra de actuación como Laura
Kinney, una nueva mutante que expresa todo valiéndose tan sólo de gestos y
miradas, a un nivel tal que casi le estorban las palabras. Y permítanme citar
la música como otro personaje más, una banda sonora que desde el tráiler con la
canción Hurt de Jhonny Cash, nos indicaba que Logan es sinónimo de dolor.
El
guion, logra lo que no veíamos en este género desde la trilogía de Christopher
Nolan: hacernos creer que todo cuanto estamos viendo puede ser real. La crudeza
de su trama se aleja de los artificios Hollywoodenses para recordarnos que el
cine no requiere deslumbrantes efectos especiales para ser fantástico. Y el
tratamiento de las escenas, violencia sin sutilezas que le hizo merecedora de
su clasificación para no toda la familia, evoca el cine de Tarantino, sangre
explicita no gratuita que el cine de superhéroes requería. Deadpool y Logan
demostraron que la oscuridad de los cómics puede iluminar la pantalla, ¿Optarán
otra cintas por seguir este camino? Solo el tiempo lo dirá. Lo único cierto es
que después de este casi Western sobre la importancia de la familia, veremos de
nuevo las primeras cintas de mutantes y pensaremos en las palabras que bien dice
Logan a Xavier: “Charles, el mundo ya no es como antes”.