(CUENTO)
La nueva enfermera entró a la habitación con la expectativa normal de la ocasión, por fin conocería al Durmiente, como le bautizaron desde el primer momento los medios, ese hombre sin precedentes en la historia que reposaba con un indescifrable secreto adentro, aquel paciente que desde mucho tiempo atrás tenía completamente desconcertado al mundo de la ciencia. Su caso seguía siendo objeto de estudio por parte de los más renombrados doctores en todas las áreas, sobre él se habían escrito un sin número de ensayos médicos y con su cuerpo realizado todo tipo de experimentos; pero cada nueva pieza agregada al rompecabezas de éste misterio, tan sólo conseguía aumentar el asombro en todos aquellos prominentes cerebros que le investigaban llenos de desconcierto.
Fue asignada a su cuidado gracias al sobresaliente
grado con honores que acababa de recibir, producto de la dedicación constante durante
todos esos años cursados. Recién culminaba su carrera y recibía ese premio, trabajar
cuidando a Juan Murcia era un sueño hecho realidad, no solo para ella,
prácticamente para cualquier otra enfermera. Era muy difícil precisar la
cantidad de mujeres que le habían tenido bajo su cargo, todas llegaban
esperanzadas en tratarlo, pero así mismo, con el paso del tiempo perdían sus
esperanzas de verle en otro estado, por lo que finalmente todas, unas más tarde
otras más temprano, terminaban pidiendo traslado. Pero ella quería ser distinta
a las que habían pasado, aun sabiendo que la sola idea ya era un mal comienzo,
pues sus antecesoras comenzaron con el mismo pensamiento.
En su memoria se conservaba fresco el recuerdo de la primera vez en que oyó hablar de Juan Murcia, tendría once años cuando su maestra de sexto grado les habló de él. Lo primero que pensó al escuchar la historia fue que su profesora menospreciaba el pensamiento de los niños por verlos pequeños, supuso que la historia era en realidad un invento, que él sería tan sólo un personaje fantástico, como El Sastrecillo Valiente, Pinocho o El Pastorcito Mentiroso. Pero al llegar a casa le contó a su papá la historia y éste le confirmó su veracidad, incluso le dio a leer algunos artículos sobre el asunto y solo entonces se convenció, obligándose a sí misma a dar crédito de cuanto aquellas revistas científicas decían. Después comenzó a conocer la literatura fantástica que fue sumándose a la leyenda, novelas de ciencia ficción en las que exploraban teorías como la de que él fuera en realidad un ser venido de otro planeta, e incluso literatura esotérica en la que le llamaron emisario del cielo, lo que dio pie a uno que otro culto religioso.
En cuanto le vio creyó sentir un dejavú, en su mente idealizó tanto aquel momento que, ya tendría que haberlo vivido por lo menos un millón de veces con su pensamiento. Obviamente sabía con qué se encontraría, pero verle en aquel estado la afectó demasiado y se apoderó de ella una repentina aprensión, le resultaba un hecho realmente triste el ver aquel ser tan especial reducido a una cama, intubado para que un ventilador respirara por él, recibiendo suero intravenoso y alimentado por nutrición enteral, expulsando liquido por una sonda uretral y sujeto a electrodos responsables de registrar su actividad cardiaca. Era en efecto una imagen no muy alentadora, razón por la que en algún momento se suspendieron los recorridos turísticos para verlo, por eso y por el caos generado en un hospital congestionado por miles de turistas diarios, venidos desde el último rincón del mundo y quienes guiados por la excitación olvidaban que en aquel cuerpo suspendido de emoción existía un ser humano, indiscriminadamente se tomaban fotografías con él, sin detenerse por un segundo a considerar el tan denigrante hecho de estarlo reduciendo a la condición de una estatua junto a la que todos posan, porque de ser posible que en medio de su letargo El Durmiente tuviera conciencia de su entorno inmediato, seguramente así se sentiría, como una estatua a la que tan sólo falta que le caguen las palomas.
Se dio un minuto para contemplarlo, le veía hermoso a pesar de encontrarse en aquel estado, cuidadosamente dio unos cuantos pasos hacía él, y lo hizo en tan estricto silencio como si temiese despertarlo, entonces se percató del absurdo y recobró su compostura, desechó cualquier idea ajena a su oficio y dio inicio a las tareas que durante un tiempo indeterminado se convertirían en su rutina, supervisar los latidos en el monitor, remplazar las bolsas de la orina y nutrición enteral, cambiar el pañal e intentar no reír por el gracioso cuadro de verle acostado calzando los tenis que hacían las veces de férulas.
Mientras llevaba a cabo tales tareas recordó las palabras de la enfermera saliente: “El tiempo junto a él transcurre tan lento, las horas marchan sin que ocurra nada, y cuando lo adviertes, él sigue allí dormido sin que algo haya cambiado, excepto que inconscientemente has caído en el mismo sueño”. Ella se refería al triste hecho de que las enfermeras asignadas al Durmiente tienen como labor exclusiva su cuidado, su única responsabilidad es para con él, y la verdad sea dicha, un hombre en estado de coma no ofrece mucha actividad, excepto el aseo a sus ininterrumpidas excreciones.
Se encontraba dedicada precisamente a tales labores mientras pensaba en él y el misterioso origen de su condición, un hombre que inexplicablemente cae en dicho estado, sin ningún traumatismo que lo originara como tampoco un aneurisma, y desde entonces eran innumerables las biopsias que le habían practicado, pues sumado al tiempo que llevaba sumido en aquel limbo, estaba el misterio de que su cuerpo no evidenciara señal alguna de envejecimiento.
Dominada por un extraño impulso se inclinó sobre el Durmiente, y sin ser capaz de explicarse el motivo de sus acciones, empezó a susurrarle cosas al oído. Sabía que no era la primera en hacerlo, a decir verdad, suponía que todas debieron hacerlo en su momento, pero las palabras que procedió a decirle tal vez fueron las primeras que alguien le dijera a esos oídos medio muertos: “Mi amor, despierta”. Y obedeciendo a un misterioso decreto de su instinto, mucho más inexplicable que aquellas tres palabras, posó sus labios vivos sobre la mejilla fría del hombre con sus párpados caídos. En ese instante se aceleraron los latidos que el monitor leía, ella dirigió su mirada hacia la pantalla completamente sorprendida e inmediatamente debió reprimir un grito al descubrir que los ojos del Durmiente, abiertos por completo, la miraban fijamente.
Había visualizado aquel momento desde la primera vez en que pisó un aula en la escuela de enfermería, fue la más destacada de su clase y en cada cosa que aprendía sentía que se preparaba para recibir al Durmiente luego de su sueño; pero cuando sus ojos se clavaron en ella, olvidó todo lo que dictaba el procedimiento, la abandonó el dominio de sí misma y el pánico la hizo enmudecer. Mas reaccionó de nuevo al verle asustado por el tubo de respiración que entraba por su boca. Recuperó el control de la situación mientras hacía un esfuerzo por no abandonarse a la emoción, cuidadosamente le retiró el ventilador para permitirle hablar, pues al parecer era esa su intención, y en efecto lo hizo en un muy débil, casi inexistente tono de voz.
--- Eres tú. -- fueron las palabras portadas por su susurro.
--- No se esfuerce, su cuerpo se encuentra débil y
debemos despertarlo poco a poco con terapias, traeré a un doctor de inmediato
para que...
--- Eres tú. --- la interrumpió --- Sabía que
volverías.
--- ¿Perdón?... --- exclamó la enfermera con la voz
entrecortada mientras se esforzaba por contener el temblor en sus manos --- Don
Juan, me confunde con otra persona, es normal debido a lo que ha vivido.
Llamaré al doctor para que...
--- ¿A qué te refieres? --- dijo mientras miraba
extrañado los aparatos a los que estaba conectado. --- ¿Por qué me encuentro
aquí?
La enfermera en tanto tomaba un intercomunicador ubicado en el cuarto y exclamaba emocionada:
--- ¡El Durmiente ha despertado!
Él alcanzaba a escuchar cómo la voz al otro extremo de la línea respondía con enfado que allí no se toleran bromas, pero ella insistió en que era cierto, y por la manera excitada en que lo hacía la otra persona comprendió que no mentía.
--- ¿Qué me ha ocurrido? --- repitió el hombre forzando su voz con la intención de ser determinado.
--- Lo que sucede es que usted... no sé cómo
decírselo... --- la enfermera vacilaba mientras hablaba --- Usted ha estado
dormido... en un coma profundo.
--- ¿Cuánto tiempo? --- dijo el hombre sin perder la
calma.
--- Lo mejor será esperar a los doctores --- respondió
nerviosa mientras intentaba alejarse.
--- Aguarda, ¿cuánto tiempo llevo dormido?
--- No se preocupe por nada, --- dijo ella volviendo a
su lado para calmarlo --- nosotros nos haremos cargo de usted y averiguaremos
qué le sucedió durante todo éste tiempo.
--- ¿Cuánto tiempo he estado dormido? --- volvió a
preguntar ignorando el tono evasivo de la enfermera.
--- Yo… no sé si debo…
--- Por favor… ¿cuánto?
--- Usted ha permanecido en coma a lo largo de...
doscientos ochenta y cuatro años.
El hombre emitió un profundo suspiro mientras cerraba los ojos por un segundo. Le parecía imposible lo que acababa de escuchar, no por lo increíble, sino porque aquellos años que presuntamente habría dormido le parecieron tan breves como aquel segundo mismo. Los abrió de nuevo para contemplarla y asegurarse de que fuera ella. Y sí, lo era. No importa cuánto tiempo hubiera transcurrido, era ella y ninguna otra. La misma mujer a la que juró esperar todo el tiempo que fuera necesario justo antes de caer en su letargo, era ella y estaba allí para despertarlo. Don Juan, aún sin escucharle decir su nombre, estaba tan seguro de que era ella, que justo antes de ver la invasión de doctores a la habitación, la miró y atinó a decirle: “Es increíble lo que ocurre cuando me acuesto a soñar contigo”.