(CUENTO)
Él era indiscutiblemente el joven más
travieso que hubiesen tenido en aquel plantel. Cada nuevo profesor se asustaba
al verlo pues su fama le precedía, se rumoraba incluso que propició un ataque
nervioso en un maestro. Era, en definitiva, la alegoría viva de lo que no muy
pedagógicamente se conoce como “una caspa”. Dignas de mención eran entre los alumnos
sus ya míticas bromas, siendo ésta a continuación una de las más destacadas. En
alguna ocasión fabricó un muñeco a partir de su propio tamaño, le vistió con su
uniforme escolar y le llevo a una azotea, área restringida del colegio. Desde
allí comenzó a gritar que se suicidaría, acto seguido tras desaparecer de la
vista de la expectante multitud, arrojó al muñeco. El fuerte grito que arrancó
a los presentes pareció irrisorio comparado con las descomunales carcajadas que
se escuchaban desde lo alto. Pero un buen día se presentó en el
colegio un maestro nuevo, quien a la postre se convirtió en su némesis. El
maestro tenía un tono autoritario que equilibraba con la sapiencia que emanaba.
Todo el cuerpo docente depositó en él sus últimas esperanzas de controlar al
muchacho que los tenía al borde del colapso. La disputa emprendida entre los dos
oponentes fue digna de una epopeya estudiantil, si tan solo algún alumno
perspicaz se hubiese tomado la molestia de asumir el rol de escriba para dar
testimonio como relator de los maravillosos duelos verbales que tuvieron lugar
en aquella aula, esos que el maestro hábilmente conducía por los senderos de la
mayéutica, pues la verdad sea dicha, descubrió que el inquieto joven no gustaba
de recurrir a la banal ofensa, su discurso de irrespeto estaba soportado en el
más depurado sarcasmo, mismo que viera irse derrotado a más de un docente sin
el ingenio suficiente para batirse en duelo con las hilarantes replicas
formuladas por el joven. Tales discusiones solían terminar en una
muy merecida división de honores, existiendo sin embargo una pequeña diferencia
de victorias inclinada a favor del brillante profesor, lo cuál le mereció el
respeto por parte de su no menos brillante alumno. No obstante, ocurrió que un
buen día se vieron ante un reto creativo formulado por el resto de la clase,
que ansiosa por verlos competir adquirió la costumbre de transarlos en la
solución de diversos problemas, lo cual en muy poco tiempo hizo de aquel curso
el más sobresaliente de entre su nivel y los inmediatamente superiores. El difícil reto propuesto por la clase
buscaba arrastrarlos a utilizar el máximo de su ingenio creativo y se basó en
lo siguiente. A cada uno se le dio un trozo de cartulina negra con el que
debían crear una obra de tema libre, pero sujetos a las siguientes condiciones:
no mediante el origami, como tampoco el empleo de crayón u esfero alguno, e
igual de restringido les quedaba hacer uso de cualquier cosa que no estuviera a
la mano del punto aquel en que cada uno se vio sentado; así pues, ante la
imposibilidad de emplear casi cualquier objeto que pudiese serles útil, se
encontraban limitados al extremo de disponer tan sólo de alguna idea genial que
les sacara del complicado atolladero. Transcurrían cinco minutos de los veinte
que les fueron dados y ninguno encontraba una solución satisfactoria a sus
propios criterios, ambos permanecían sentados con la mirada fija en el trozo
negro de cartulina y con la cabeza debatiéndose entre una legión de ideas
incompletas. Su publico inmediato especulaba entre susurros sobre lo que
podrían estar pensando, desde la distancia los veían sumidos en un aparente
letargo que estimulaba las apuestas a favor de uno u otro. El maestro conservaba una actitud
corporal imperturbable, tan inamovible en su postura meditabunda que cualquiera
podría haberse valido de él como modelo para una escultura. El joven en cambio,
denotaba toda la ansiedad del caso, se revolvía en su asiento y se llevaba las
manos a la cabeza desordenando sus cabellos mientras buscaba la idea a seguir
para alzarse con la victoria, que por el tamaño de la prueba seguramente
impondría una importante supremacía frente al derrotado oponente. Se encontraba en éste frenético
movimiento compulsivo de rascarse la cabeza cuando vio que sobre la escasa
superficie negra caían unas pequeñas cosas blancas. Se sacudió con fuerza el
cuero cabelludo y advirtió que desprendía pequeñas capas de resequedad capilar,
y olvidando por el momento la incomodidad estética propia de su descubrimiento,
sonrió complacido estando seguro de haber ganado el reto. Fue así como maravilló a propios extraños
presentándoles una obra titulada “Lluvia de maná sobre la nada”, consistente en
un trozo de cartulina negra como símbolo de la oscuridad en que suele verse el
ser humano al no encontrar respuesta a sus dilemas, para posteriormente verle
llenarse de partículas blancas que para efectos de la obra simbolizaba polvo
mágico, el maná descendido del cielo como bendición para quienes conservan la
calma y con la mente serena encuentran en su cabeza la solución que resuelve
las disyuntivas. Y tras un sonoro aplauso mezclado con un poco de asco por
parte de la presencia femenina, el maestro reconoció su derrota sentenciando
que la historia parece empeñarse en demostrar que los grandes genios son
personas que durante sus años escolares son lo que la menos inflexible
pedagogía considera en definir como “Unas caspas”.
Excelente,como siempre eres grande por eso eres mi idolo @ivanmarinsoyyo
ResponderEliminarGracias por siempre estar atenta a mi trabajo.
EliminarMaravilloso cuento, y con una moraleja realmente cierta, muchos de los genios creativos, han sido "caspas" en el colegio... Supongo que tal vez fuiste uno de ellos, por que no solo en tu escritura, si no en las diferentes facetas que tienes eres brillante y bella y maravillosa persona...y gracias a Dios se terminó la sequía de escritura ��
ResponderEliminarMuchas gracias por tus bonitas palabras hacia este servidor. No voy a decir pues que fui brillante, ni más faltaba, pero sí te admito que me inspiré es mí mismo para el relato jeje, en el colegio fui un alumno bastante particular.
EliminarMe encanta para momentos de reflexión gracias ivan
ResponderEliminarAndrea, muchas gracias a ti por entrar a este rinconcito tan importante para mí.
Eliminar¡ Qué grata sorpresa! Poder volver a disfrutar de tus relatos. No sé de dónde sacas tiempo para escribir. Este cuento me ha hecho recordar a Tom Sawyer, qué personaje!!! Y tienes toda la razón, muchas genialidades eran incomprendidos de la infancia. Saludos Iván desde mi Málaga 🇪🇦 querida. Y enhorabuena!! Por lo bien que te fue en Chile.
ResponderEliminarMi Dios te pague por valorar el esfuercito que hago para poder sacarle tiempo al blog mi estimada Eva, me encantaría poder dedicarle mucho más, pero las ocupaciones del día a día me demandan mucho, entre ellas, la escritura precisamente de mi tercer libro, pero créeme que encontrar quienes entren a leerme, es algo que me motiva a continuar con el esfuerzo. Te envío un fuerte abrazo.
EliminarMe entretuvo hasta el final, estaba curiosa de saber en que iba a terminar esta historia! Muy buenaaaaa
ResponderEliminarEs el primero que leo y wowww estuvo genial muy bueno
ResponderEliminarLa verdad soy de poca lectura pero empezamos muy bien
La humanidad sólo se empeña en juzgar y condenar pero no sé toma la molestia de analizar y conocer
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