(HUMOR)
¿Que si recuerdo la primera vez que me paré a hacer una
rutina de Stand-Up Comedy? Claro que sí. Cómo no recordar cuando un puñado de
desconocidos me hizo sentir con su silencio, el hombre más miserable sobre la
faz del planeta Tierra. Cómo no recordar la noche en que me reduje hasta quedar
de 8 centímetros sin tomar la pastilla de chiquitolina. Cómo no recordar unas
cerca de 200 miradas infectadas de aquel terrible virus: la pena ajena.
Llevaba ya años trabajando en el humor, pero enfocado
principalmente en el área de libretos para programas de radio y tv, además de escribir
shows para otros humoristas. Hasta que un día me dije: “¿Qué rayos hacen todos
tus pensamientos ganando créditos en otras bocas?”, así que decidí lanzarme al
ruedo, para lo cual empecé a estudiar con Gonzalo Valderrama, y tras varias
horas de la teoría que me animó aún más en mi propósito, llegó el fatídico
momento de aprender sobre el escenario, que la comedia realmente no puede
aprenderse en otro sitio.
Esa noche, en un exclusivo bar de Medellín, se presentaban
la imitadora Luz Amparo Álvarez, y su telonero, ¡¡el internacionalmente
desconocido: Iván Marín!! Pararse ante un público que no tiene la más remota
idea de quién eres, y hacerles la promesa tacita de que se reirán contigo,
genera un escepticismo semejante al que debe sentir una ninfómana ante un
eunuco. Los asistentes me dirigieron una inevitable primera mirada de “¿Y este
quién putas es?”. Muchos debieron pensar que yo era hijo del dueño, solo así
entenderían que se me permitiera pararme tan impunemente ante ellos.
Y ahí estaba yo, con las piernas temblando, las manos
sudorosas y los pensamientos estrellándose unos contra otros a 300 kilómetros
por hora. El presentador dice mi nombre, subo a la tarima. Hasta ahí, todo va
bien. Tomo el micrófono entre mis manos. Hasta ahí, todo sigue bien. Saludo al
público con las buenas noches. Hasta ahí, todo sigue bien. Hago mi primer
intento de ser gracioso, y… ¿han visto una estrellada de la formula Nascar? Es
exactamente lo mismo, con la diferencia de que los pilotos de la Nascar llevan
casco y cinturón de seguridad, uno no tiene protección alguna ante el
estrepitoso golpe de los “chistes” que se encargan de hacer más y más incomodo
el silencio. El único sonido que logré obtener de ellos fue el producido por
los vasos de cerveza cada vez que volvían a tocar sus respectivas mesas.
Pero allí no había solo desconocidos, también se
encontraban algunos de mis mejores amigos, quienes demostraron su infinita
lealtad siendo capaces de dirigirme la palabra tras bajarme del escenario. También
estaba (lo recuerdo y me arde la llaga) una muy reconocida modelo paisa, quien
me dirigió una mirada de compasión semejante a la que ponen las dueñas de los
caballos que deben ser sacrificados por haberse roto una pata.
Nadie se rió aquella noche, o quizás los ángeles del
cielo al verme fracasar así. Pero fue entonces cuando descubrí que a los
comediantes, la Comedia se nos parece mucho a las mujeres, porque a veces, cuando
más nos rechazan o más mal nos tratan, más nos enamoramos. Y así ocurrió, esa
horrible noche, le juré amor eterno a la comedia.
Genial, ojalá escribas seguido, me gustó leerte.
ResponderEliminarQue enseñanza, no rendirse por más que los demás te hagan sentir como una popó jajajajajaja
ResponderEliminarComo pa' haberle dicho lo de la otra vez... "acaba de dejar su poca dignidad en esa tarima". :D :)
ResponderEliminarJejeje Que buena experiencia. (como "cuentero" también la he pasado igual). pero es fascinante leerlo por que es como:
ResponderEliminarEscuchar no a BATMAN sino a Bruno Díaz, la primera ves que se enfrento a GATUBELA , el traje de Héroe lo protegió de aruñetazos, pero a tan bella villana senxual, el traje fue el que genero gran dolor en la erección requerida. hahaha (se baja uno de la escena y no se ubica.
muy bueno sigue escribiendo esta super bacano
ResponderEliminarJajaj me alegro de tu persistencia, o sino de lo q nos estariamos perdiendo.
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