domingo, 11 de abril de 2010

UN AMIGO QUE NOS CAMBIO LA VIDA

                                      (HUMOR)


El Infierno fue llamado por los griegos: El Hades, y es llamado por los colombianos: El Transmilenio. Hay quienes me llamarán exagerado, coincidencialmente puede ocurrir que los mismos en darme dicho título sean los propietarios y funcionarios de tal empresa. Para efectos de impacto por parte de esta columna debería rotularme como “Usuario” de Transmilenio, pero creo es más honesto y fiel a la realidad, presentarme como lo que soy: “Desertor” de Transmilenio. Mea culpa, hace ya un buen tiempo decidí no volver a emplear el mentado sistema (hágase énfasis en la palabra “mentado”), de no haber tomado dicha medida me vería como las personas que critican Padres e Hijos pero son capaces de desglosar todas las aventuras de Carlos Alberto y Daniela. ¿Cuándo tomé la valiente decisión? Transcurría una lúgubre tarde capitalina y hallándome en medio de diez personas, a las cuales jamás pregunté su nombre pese a compartir un momento tan intimo como lo son las interacciones corporales propias del transporte que nos atañe, tuve una epifanía: “me desplazo en un cargamento de reces”, e inmediatamente opté por descender mucho antes de mi destino y pagar las consecuencias, es decir, el taxi. ¿Qué motivos tuve para hacerlo?, a continuación describo las infaustas razones que me motivaron a rehuir el gran sistema de transporte masivo (hágase énfasis en la palabra “masivo”).

Si la semana santa tiene las estaciones del vía crucis, Colombia tiene las estaciones del Transmilenio. Qué inmensa penitencia es aguardar el busecito rojo. Al nacer el sistema una de sus premisas radicaba en hacernos atravesar la ciudad en el menor tiempo posible, cosa que en efecto logra, tampoco vamos a decir que no; ¡pero!, un viaje de treinta minutos que perfectamente logra en quince, se ve opacado por los veinte que debemos esperar para poder abordarlo. Y las eternas esperas se extienden más allá de las estaciones, recordemos los buses alimentadores, que si acaso deberán su nombre a que con ese trabajo los chóferes alimentan sus familias.

Cuán acertado es el coloquial juego de palabras con que los bogotanos se refieren al sistema llamándolo: “Transmilleno”. Hay que ver la forma en que los usuarios deben entrelazarse estando a bordo en el festín orgiástico con que siempre soñó Calígula. Estar a bordo en plena hora pico nos obliga a una respiración que necesariamente debe hacerse al estilo de reanimación paramédica, es decir, boca a boca. Estoy seguro que ese cuadro ofrecido por una mujer que transpira rodeada de diez hombres arrancaría lágrimas emocionadas al Marqués de Sade. Incluso he llegado a conocer el caso de monjes que se niegan a abordar uno por miedo a perder su celibato de forma no consensual. Lo bueno del hecho es que según recientes estudios, nada es tan eficaz como un viaje de portal a portal para ver un notable incremento en la libido de quienes pudieran haberla perdido.

Ahora bien, si no le ve problema a los roces comunitarios, quizás sí lo vea al factor comodidad. Usted tiene previsto permanecer cerca de la puerta para no hallar problemas al llegar a su parada, pero las personas que empujan desesperadas por entrar para no esperar otros 20 minutos al siguiente bus, lo arrastrarán con una fuerza sólo comparable a la de los tsunamis. Una vez en el fondo y habiendo llegado a su sitio de destino, si quiere alcanzar la salida tendrá que pugnar entre un maremagno de cuerpos que lo harán sentir en plena batalla de la película Corazón Valiente.

Respecto al tumulto, y perdón si sueno reiterativo, hay algo que no comprendo: existe un selecto, mas no honroso grupo de chóferes de bus, que adeudan a la Secretaria de Transito verdaderas millonadas por comparendos sin pagar. Los noticieros han satanizado a estos pobres baluartes de la cabrilla mostrándolos como deudores irresponsables y a la Secretaria de Transito como una regente con mano blanda a la hora de hacer cumplir la ley, pero en honor a la verdad, la mayoría de estos partes obedecen a sanciones por sobre cupo, es decir, se supone violan la ley por llevar pasajeros de pie; ahora mi pregunta: ¿Por qué no ocurre lo mismo con el protagonista de éstas líneas?, ¿qué facultad divina otorga el derecho a los busecitos rojos para poder apretujarnos y cultivar en nuestras piernas la vena varice sin temor a la ley? En vista de que nadie me da una respuesta satisfactoria, seré yo mismo quien intente resolver la duda actuando como abogado del diablo. Quizá la respuesta sea: por los lujos que brinda; pues al Cesar lo que es del Cesar, en Transmilenio no se suben a vendernos nada, estamos a salvo del shopping urbano en que a uno le encartan con cosas que jamás habría comprado, de no ser porque su vendedor es un niño que nos hace sentir culpables por vivir con la ostentosidad del salario mínimo.

También nos ha librado de soportar la emisora que gentilmente comparten los conductores de bus con sus pasajeros, que, seamos sinceros, lejana está de ser la W o Melodía Stereo. Y sumaré otras ventajas que hallo, muy a título personal, para que después no digan que me ensañé en una diatriba destructiva. Transmilenio nos brinda el entretenido espectáculo romano de personas a punto de ser guillotinadas por las puertas que se cierran a escasos centímetros tras ellas. Y aquí vale citar una hilarante frase que puede leerse sobre la trampa mortal de las puertas: “No pararse en la franja amarilla por su seguridad”. Podrá decírseles de todo, menos que no advierten del peligro. Otra frase que me resulta graciosa es: “No hable con el conductor”; ¡que lastima!, arruinaron las entretenidas tertulias literarias que solía sostener con los chóferes durante el recorrido. Y tenemos el letrero que anuncia la capacidad del bus, el cual si fuera exacto en su cálculo diría: “Pasajeros sentados, 48. Pasajeros de pie, todos los que aguanten las leyes de compresión física”.

No puedo terminar sin reconocer la constante labor de ésta empresa por sorprender a sus usuarios, puedo dar fe de ello; desde el momento aquel en que mi paciencia claudicó haciéndome preferir cualquier otro medio de trasporte, he debido utilizar el sistema en contadas tres ocasiones, y debo afirmar que en cada una de ellas me he visto sorprendido, siempre me encuentro con algo nuevo: ¡el precio del pasaje!, que tan sólo se limita a subir en igual proporción al aumento de los reclamos por parte de los usuarios. Es así que finalmente Transmilenio nos ha dado un maravilloso obsequio, la unidad ciudadana, que repetidamente aúna esfuerzos por paralizar el servicio para hacer sentir sus reclamos. La única y lamentable razón por la que estas protestas resultan poco, o nada efectivas, es muy sencilla: no logra unirse la gente en totalidad, pues las personas que aguardan en la estación contigua al lugar de la protesta, lejanas de sospechar un boicot ciudadano necesitado de más partidarios, simplemente creen que el bus, como siempre, está demorado.


Epilogo: hoy, casi tres años luego de haber escrito esto, ya tengo carro: ¡Lero, lero!

Epilogo 2: hoy casi dos semanas luego de haber escrito el primer epilogo, estrellé el carro.

5 comentarios:

  1. y mientras tanto a mi si me toca seguir siendo parte de las Orgías Colectivas...y seguir disfruntando de "las comodidades" ofrecidas por el sistema "masivo"...Y dejeme decirle Sr Marín que cada día se pone peor....Pero si hay algo que puedo decir es que como a muchos Bogotanos me toca seguir usandolo porque el tiempo que me gasto en el bus no me lo repone nadie..Jajajaja bueno no sé como dicen por hay todo es costumbre...Felicitaciones, Ud es bastante Observador y de verdad sabe como hacer reir partiendo de situaciones tan cotidianas y sencillas....

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  2. Muchas gracias Diana. Y dejame expresarte mi sentido pesame a tu mancillado honor de doncella. Pero miralo por el lado amable, quizás en medio de una de las "orgías" conozcas al hombre de tu vida. Jeje, un abrazo.

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  3. Hace 2 años fue escrito este articulo y al día de hoy todo sigue igual o peor.

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  4. Iván, También soy desertor, y mas allá de montarse en la "patineta del diablo" debo decir que usted tiene razón; tras-mil-ernias parece ser el decodificado de este "servicio de transporte", sin embargo, me quedo perplejo y aburrido, ya que después de hacer el esfuerzo y comprar mi carrito,he tenido que torturarlo por las vías "lunares" bogotanas, semi-mantenerlo con el absurdo precio de la gasolina y meditar por paciencia en esas largas horas de trancón... MUY BUENO SU BLOG, MUY SOLIDARIO CON LA SITUACIÓN, RESPETO Y COMPARTO SU OPINIÓN. GRACIAS

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  5. Querido Ivan, yo soy desertora desde que nació transmilenio. NO LO SOPORTO... prefiero un millón de veces los buses. Ahora ultimo opté por molestar a mi novio para que me lleve en la moto a todo lado jejejeje. Muy acertadas tus apreciaciones, y espero algún día poder mostrarte mi escrito acerca de los buses urbanos de hace unos años. Un abrazo!

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