(HUMOR)
Los
colombianos somos una raza única, extraña pero única. Sin lugar a dudas un
colombiano sobresale en cualquier parte del mundo, bien sea porque toma fotos
por igual, tanto a todo lo que se mueva, como a lo que se quede quieto; o
porque es el único que aplaude cuando el avión aterriza (Créanme, a pesar de
las muchas burlas al respecto, hay quienes aún lo hacen). Por eso, durante mis ratos
de ocio realicé una investigación exhaustiva intentando determinar qué es lo
que hace tan diferentes a los colombianos, y cuál es la raíz de dichos
comportamientos, que paradójicamente, nos hacen encantadores.
¿A qué otro
atrevido escultor en el mundo se le habría ocurrió rendirle culto a la tantas
veces discriminada obesidad femenina?... ¡A ninguno!, solamente al muy
colombiano Fernando Botero, quien seguramente tenía bien grabado en su disco
duro, el cuento de que ser gordo es ser ‘alentado’, que uno tiene que comer de
todo lo que le den, y que botar la comida es pecado.
¿A qué joven
enamorado en el mundo se le ocurre dedicar una canción por teléfono?... ¡A
ninguno!, solamente a un colombiano cobarde. Sí, cobarde, porque la poca tolerancia
de los padres colombianos vuelve a sus hijos prisioneros del miedo, evasores
del fracaso. Un tipo que pone una canción por teléfono está delegando a una
incómoda bocina telefónica lo que él tendría que estar haciendo en persona. Una
mujer inteligente debería colgarle de por vida, ya que un tipo con estas
características terminará colgado, con la factura del teléfono.
¿A qué otra
familia en el mundo se le ocurre hacer un paseo de olla a un charco exponiéndose
a todos los peligros e incomodidades habidas que ofrece el hábitat?... ¡A
ninguna!, solo a una familia colombiana, que cree que disfrutar de la
naturaleza es ir a sufrir por cuenta del clima y los mosquitos. Los paseos de
olla son motivados sin lugar a dudas por el espíritu de aventurero frustrado
que vive en todos nosotros, por esto el programa incluye la búsqueda del lugar
de campamento, la búsqueda de la leña, y la búsqueda de los niños que desaparecen
bajo las aguas del peligroso charco. Uno jamás ve a una familia gringa apostada
a orillas del río Hudson preparando un ajiaco, y si los ve, ¿qué creen que son?
Inmigrantes colombianos.
¿En qué país
del mundo se tiene por costumbre trasladar las fiestas de fin de año a las vías
públicas?... ¡En ninguno!, solamente aquí, y todo porque los padres colombianos
no fueron entrenados para darles afecto a sus hijos, sino para trabajar. Esta
carencia afectiva genera – o más bien degenera - en el colombiano, una
constante necesidad de reconocimiento. Al colombiano no le sirve matar un
marrano si el resto de sus vecinos no se da cuenta, no le sirve darle un carro a
control remoto a su hijo si éste no lo puede enseñar a los demás niños de la
cuadra para que se mueran de la cochina envidia.
¿En qué otro
país del mundo se deposita con tanta avidez la semilla de la avaricia en un
niño?... ¡En ninguno más! Cuando en una piñata el pequeño infante muestra
orgulloso el botín que consta de 5 canicas, 13 confites, una perinola, 8
vaqueros, 7 soldados, 4 indios, - porque solo en las piñatas soldados e indios
conviven sin problema - dos ciclistas, dos carritos, un avión, tres bombitas
inflables, un rompecabezas y una alcancía sin hueco… para tan sólo obtener por
parte de su madre la instrucción: “vaya papito y coja más”.
¿En qué otra
parte podrá encontrarse un modo de aliviar el dolor infringiendo más del mismo?...
¡en ninguna sino en Colombia!, patria especializada en callar el llanto de los
niños con la tajante expresión: “Deje de llorar o le pego para que berrie por algo”.
De igual
manera tan solo en suelo colombiano ocurre que los niños forjen temple y
carácter mediante juegos dedicados a hacernos entender el maltrato físico como
un sano divertimento. Dicho sea el caso del consabido “gafiado” - también
llamado “cuca patada” o “virgo pata”, dependiendo la región - “los ponchados”,
o el traumático “pico botella”, nefasto juego que puede llegar a ser el peor de
todos cuando la penitencia en cuestión determina que el primer beso de nuestra
vida sea dado a la niña de brackets fabricados con alambre de púas.
En la próxima entrega
profundizaré aún más en esta investigación sobre nuestro pueblo, una especie
cuya una de sus más evidentes características radica en el ego, aquel que nos
hace encabezar una columna diciendo: “Los colombianos somos una raza única”…
como si las demás tuvieran el ombligo en una axila.